Tras un sonrojante retraso de medio año, la serie London Calling
, que narra el viaje a Londres que servidor hizo con su novia a la capital británica, ha vuelto para quedarse. Aquí tenéis la tercera parte de nuestro viaje, e iré colgando el resto durante los próximos cinco martes, para acabar a finales de Septiembre. Esta vez sin interrupciones ni cortes publicitarios.PD.- Si queréis recordar los dos anteriores posts, no tenéis más que acudir a los links del final de este artículo.Miércoles, 24 de Enero
Al día siguiente nos levantamos a las ocho menos cuarto de la mañana (es decir, unos 15 minutos antes de lo planeado, gracias al maravilloso servicio despertador del hotel), decididos a aprovechar el día al máximo. Una hora y media después, ni un solo minuto antes, salimos del hotel pensando en qué demonios se nos había ido ya media mañana. Pues en desayunar muy tranquilamente y en atender la visita de nuestro anfitrión, Gila, al que no estábamos viendo apenas más que quince minutos al día.
Habíamos preparado el día turístico típico londinense: Buckingham Palace y cambio de guardia, Westminster Abbey y Houses of Parliament, todo ello aderezado con unas buenas vistas del
Támesis, y luego por la tarde a Trafalgar Sq., donde visitaríamos la National Gallery hasta que empezara el musical para el que ese día habíamos reservado entradas.
Así que cogimos el Tube hasta
Victoria Station. Podríamos haber ido directamente a la
parada de Westminster, pero preferimos ver esta estación, que, por otra parte, tampoco es que tenga nada de especial, y luego dar un paseo hacia
Westminster por
Victoria Street. El kilómetro de longitud de esa calle se nos hizo como si fuera el doble, debido al intenso frío que hacía a esas horas de la mañana. Y no serían más de las 10. Pero el vislumbrar a lo lejos el Big Ben, Westminster Abbey y el London Eye nos ayudó a hacerlo más llevadero.
Dejando atrás
Westminster Cathedral y edificios tan
emblemáticos como el Westminster City Hall o el mismísimo
New Scotland Yard, centro de la policía metropolitana, desembocamos al fin en la plaza en que está ubicada la famosa
Westminster Abbey, de planta y fachada impresionantes, y que da lugar al que es uno de los más importantes conjuntos de tumbas de personajes ilustres del mundo. Entre sus paredes están enterrados personajes de la realeza inglesa tales como
Edward I,
Henry III,
Elizabeth I,
Mary I,
Henry VII; políticos como
Oliver Cromwell (antes de ser exhumado) y
David Lloyd George; poetas y dramaturgos ilustres como
Geoffrey Chaucer,
Charles Dickens y
Rudyard Kipling (todos ellos en la famosa Poets' Corner); científicos como
Charles Darwin,
Charles Lyell y
Ernest Rutherford; exploradores como
David Livingstone; músicos como
Henry Purcell y
George Frideric Handel; o incluso famosos actores como
Henry Irving y
Lawrence Olivier. Y eso por no hablar del innumerable número de memoriales que pueden ser encontrados por doquier.
En resumidas cuentas: Westminster Abbey ha sido la primera iglesia en la que he mirado mucho más al suelo que al techo. Y puedo aseguraros que ya he visto unas cuantas.
Hacia las 11:30 empez
aba puntualmente el
cambio de guardia en
Buckingham Palace, así que corrimos raudos a presenciarlo. Pese a que ya había empezado cuando llegamos, pudimos coger un sitio medianamente decente. Qué distinta es la estampa de la gente apiñándose en el mes de Julio contra el enrejado del palacio a la que nosotros vivimos en esas fechas de Enero. Había gente, sí, pero al menos pudimos ver más o menos todo el sarao con un mínimo de dignidad.
La ceremonia en si, supongo que es bonita, pero desde luego no es nada realmente especial, al menos desde mi en cierto modo ignorante punto de vista. Una de las características predominantes en el Londres actual es esa perfecta mezcla entre tradición y modernidad, entre pasado y futuro. Pues bien, la ceremonia del cambio de guardia es uno de esos trozos de pasado que los ingleses saben conservar tan bien y con tanto respeto.
Cuando el espectáculo acabó,
desandamos lo andado hacia las Houses of Parliament, parándonos en un café
Illy para calentarnos el estómago. El sitio estaba regentado por unos italianos, y nos pusimos a hablar con un napolitano acerca de Italia, de
Trieste, y de lo pequeño que es el mundo. Al enterarse de que éramos españoles, el hombre señaló a un compañero suyo, que nos dijo algo. Es curioso como no entendí ni una sola palabra de la frase. Tras un
"scusi?", el hombre repitió lo que había dicho, que resultó ser, en un cristalino castellano: "Yo soy gallego". Lo que prueba que: uno, mi italiano no debe ser tan malo como pensaba, si me meto tanto en él que no entiendo lo que me dicen en mi propia lengua materna; y dos, que, efectivamente, hay gallegos hasta en la Luna. Y en Londres más.
La visita a
Houses of Parliament y, por extensión, al
Big Ben (
¡Salven el reloj de la torre!) fue forzosamente tan solo exterior, pues que yo recuerde solo se puede visitar por dentro si eres británico, y eso solo a través del correspondiente
Member of Parliament. Aún así, es un conjunto arquitectónico que merece la pena ser visto, tanto artística como históricamente hablando. Pocos edificios hay tan simbólicos en el mundo como éste, y, por supuesto, no se puede dejar pasar la ocasión de hacerse la foto de rigor.
Tras la visita al Gran Ben, que en realidad no es el nombre del reloj, sino de la campana que da las horas en su interior, subimos por
Parliament St. y Whitehall en dirección a Trafalgar Square, parando por el camino, por supuesto, en
Downing Street, en donde, como bien es sabido, reside el
primer ministro británico, además de hacer un alto también en los
Horse Guards, junto a donde Rebeca se hizo una foto con la chica que estaba sufriendo en ese momento la guardia... y con ella por supuesto su caballo.
Trafalgar Square es una imponente plaza que presenta el edificio de la National Gallery de fondo, la iglesia
St. Martin-in-the-fields a un lado, y la
Nelson's Column, conmemorando la muerte del
almirante homónimo en la
Batalla de Trafalgar, en su centro. Un imponente pedazo de ciudad que, la verdad, bien poco me hubiera extrañado encontrarme en Roma.
La visita a la
National Gallery nos llevó unas cuantas horas, y tuvimos que dejarlo antes de tiempo debido al extremo síndrome de ojos cansados que provoca el estar más de tres horas seguidas mirando cuadros. Bellísimos cuadros, sí, pero nuestros ojos son humanos, al fin y al cabo. Aún recuerdo la última vez que visité
El Prado, cuando me lo tragué enterito en una mañana, y pasé por la última sala, la de los bocetos de
Goya para sus
Pinturas Negras, como una exhalación. Pero para eso nos habíamos reservado una semana entera en Londres, para poder revisitar algún sitio si hacía falta. Por supuesto, el hecho de que los museos sean gratis, ayuda bastante. Ya lo creo que sí.
Con los ojos cansados, aunque extasiados al haber contemplado obras de
Jan van Eyck,
Botticelli,
Leonardo,
Michelangelo,
Rafael,
Tiziano,
Rubens,
Velázquez,
Caravaggio,
Rembrandt o
Turner, por mencionar solo a un puñado, nos fuimos directos al Dominion Theatre a coger nuestros tickets para esa noche, que ya habíamos comprado previamente por Internet (esas grandes
ofertas 2x1...). Y, buscando algún sitio para cenar, acabamos metiéndonos en un
noodle place, donde comimos caliente, extremedamente picante (al menos en mi caso), y nos pusimos a hablar con una pareja de chicos que entendían algo de español.
Tras pasar por la
megatienda Virgin de
Oxford Street para comprar algunos discos, al fin entramos en el
Dominion Theatre, entradas en la mano, para ver
We Will Rock You.
Desde que decidimos ir a ver un musical en Londres, estuvimos mirando posibles ofertas y posibilidades. Como grandes ventiladores de la música de
Queen que somos, y dado que éste era uno de los pocos espectáculos para los que podíamos conseguir un 2x1 fácilmente, la elección estaba clara.
La obra resultó ser muy buena, y la puesta en escena, magníficamente deliciosa. El teatro estaba abarrotado, y todo el público rió, dió palmas y hasta se puso en pie (está bien, solo
yo me puse en pie) durante el clímax de la obra. Nuestros asientos estaban muy centraditos en la cuarta fila, desde donde podíamos ver TODO el escenario a solo unos palmos de nosotros. Juro que, mientras pueda, nunca más volveré a ir al teatro si no me siento en esa posición. Creedme cuando digo que merece la pena pagar el dinero extra por poder sentir el aliento de los actores en tu frente. Y en un musical, la sensación es insuperable.
Pese a que es un género que me encanta, no he visto más que dos en directo. El primero fue
Rent, y me encantó hasta límites insospechados. El segundo fue éste, y, simplemente, me derretí en la butaca del gusto.
A la salida del teatro, y tras hacer un intercambio de tiramiento de fotos ante la fachada del teatro con otra pareja de españoles que también habían ido a ver la función, nos dimos un paseo por
Piccadilly Circus, otro punto clave de la urbe londinense, antes de volver al hotel. Imagino que todo el mundo conocerá esa intersección coronada por un puñado de carteles publicitarios luminosos, en plan
Times Square. Un canto al capitalismo y a la tecnología que, la verdad, tiene encanto propio. En este mundo tiene que haber de todo. Gracias al cielo que disfruto tanto de un fin de semana en una casa rural como de un día en
Disneyland.
Para otras entregas de London Calling
:- London Calling (1): Lunes, 22 de Enero.- London Calling (2): Martes, 23 de Enero.- London Calling (4): Jueves, 25 de Enero.- London Calling (5): Viernes, 26 de Enero.- London Calling (6): Sábado, 27 de Enero.- London Calling (y 7): Domingo, 28 de Enero.