Me gusta leer y ver la tele

Saturday, September 06, 2008

(Don't) Ride the Rides!

Road Trip 2008 Part 1 (of 3): North Carolina

Es lo que tienen los road trips: que acabas conduciendo más millas de las que tú y tu coche querríais. Para evitar esto, terminas diciéndote, es por lo que se inventaron los aviones. O tal vez no exactamente para esto, y tal vez no lo piensas exactamente al final, sino durante e incluso antes de emprender el viaje. Pero siempre acababa encontrando algún argumento –del tipo “será divertido”- que me hacía descartar la idea de volar hasta donde fuera que fuéramos. Pasaré más tiempo con Molo, me dije, tratando de borrar de mi mente la descriptiva palabra inglesa bromance. Y aquí podéis ver uno de mis frecuentes errores lógicos –tal vez sea simplemente pereza intelectual- que, de haber seguido usando las neuronas durante medio segundo más, no hubiera sucedido, pues el pensamiento completo debería haber sido “pasaré más tiempo con Molo en el coche”, ya que el tiempo que íbamos a pasar juntos no iba a cambiar. Y es que, como ya dijo el laureado cineasta, cinco mil fueron las millas que nos metimos –a punto estoy de satisfacer tu curiosidad, Nash- entre pecho y espalda. O entre eje y eje, en el caso de mi querida Sanyan Storm. O donde sea que se acumulan las millas en los coches. Pero fue muy divertido, no os equivoquéis. Suena como si me estuviera quejando, pero no es el caso. Claro que, por otro lado, no me hubiera importado conducir la mitad de la distancia, o sólo un tercio. Pero es lo que tienen los road trips, y todos sabemos a lo que vamos.

La primera parte del viaje consistía en ir desde mi humilde morada en Chattanooga hasta Matthews, North Carolina, un pueblecito –énfasis en el diminutivo- cerca de Charlotte. La razón por la que el de otra forma intrascendente lugar había sido elegido como primera parada en nuestras aventuras era porque Kelly, una amiga de Molo, vivía allí con sus padres, así que, después de pasarnos el sábado alternando con mi excompañero de cuarto Alberto y su esposa Lori, el domingo, bien temprano por la mañana, nos pusimos en marcha. Y, por “bien temprano”, entiéndase que entiendo la una de la tarde. (A fin de cuentas, hubo que socializarse y lavar la ropa, aunque no al mismo tiempo.) Sea como fuere, nos metimos en el coche a la una y llegamos a Matthews a las siete. Nada comparado con lo que nos esperaba.

Kelly, atlética y simpática –ambas cualidades evidentes nada más conocerla-, nos llevó a su casa, donde conocimos a sus padres, jugamos con el perro –majísimo Killian-, y nos dispusimos a pasar hasta el miércoles por la mañana. O eso pensábamos hacer en principio, pues acabamos quedándonos hasta el sábado. La culpa, de Molo.

Durante los primeros días de nuestra estancia en Matthews nos dedicamos a vaguear, jugar con el perro, y hacer, más que poco, nada. Por las tardes, cuando Kelly salía de trabajar –enseña español en una escuela-, nos íbamos por ahí a ver lo que los alrededores tenían que ofrecer. Fue entonces –el martes si no el lunes- cuando Kelly nos llevó al parque donde el equipo olímpico americano entrena para los deportes con el remo relacionados. Árboles, montañas, ríos y lagos para hacer todas esas cosas que a los amantes de la naturaleza y los deportes de riesgo les encantan, y que a mí, personalmente, no me resultan tan emocionantes, pese a que de vez en cuando no me importe hacerlo. Lo que sí me importó –y no sólo a mí, sino a Kelly y Molo- fue tener que aflojar cincuenta dólares por cabeza para hacer rafting. De hecho, nos importó tanto que decidimos hacer kayaking en su lugar por el comparativamente módico precio de veinte dólares cada uno. Y, además, teníamos kayaks individuales para reproducir las más importantes batallas navales de la historia. (Número total de batallas navales reproducidas: cero.) No quedaba sino meterse en el agua, y hacer el ganso –o el besugo, supongo- durante un par de horas.

Después de remar y hacer el tonto dentro y fuera de las barquitas amarillas decidimos dar la vuelta para volver a la orilla, las dos horas empezando a terminarse. Fue entonces cuando nos encontramos con la cuerda que, a modo de liana artificial, colgaba de una rama en un árbol a nuestra derecha. Algún genio –Molo o Kelly, pero sin duda no el que esto escribe- pensó que sería divertidísimo subirse al árbol, cogerse de la cuerda, y lanzarse al agua cual Tarzán haciendo la mona. Poco sorprendentemente dada mi naturaleza más bien desconfiada en lo que a actividades que potencialmente pueden dejarte lisiado se refiere, decidí quedarme en la barca y ver a mis compañeros de aventuras involucionar a cuando vivíamos en las ramas. Sin pensárselo dos veces, Kelly y Molo abandonaron la seguridad de sus kayaks y se encaramaron con menos que más habilidad hasta la rama donde la cuerda se hallaba atada. Tras discutir lo acertado de su idea, parecía que ninguno de los dos se hacía a la idea de descolgarse, y Molo, demostrando no sólo arrojo y valor, sino seguridad en sí mismo, dijo aquí estoy yo, se agarró a la cuerda, y saltó.
Tanto él como yo debimos preguntarnos, durante los escasos segundos que su elegante vuelo duró, por qué narices no se había quitado las gafas; pero ya era demasiado tarde, y la suerte –como otros tópicos- estaba echada. Molo se sumergió en las –quizá- procelosas aguas del río Catawba, y emergió con presteza, sus queridas gafas naranjas y negras todavía sobre el puente de la nariz. Fue entonces cuando la locura pasajera se apoderó de él, y mi amigo empezó a sacudir la cabeza de izquierda a derecha. Ni qué decir tiene, las gafas salieron despedidas y se hundieron en el agua con más rapidez de la que nos hubiera gustado. Consciente de lo sucedido, Molo empezó a mover los brazos para frenar el descenso a las profundidades de las gafas que ya nunca más habríamos de ver. Kelly bajó de las ramas para ayudar, pero la parte del fondo donde se hacía pie era –por supuesto- lodosa y asquerosa y no se notaba nada que no fuera barro viscoso, y la parte donde no se hacía pie estaba demasiado honda como para alcanzarla aun buceando. Tras muchos intentos, lamentos y juramentos, tuvimos que dar las gafas por perdidas y regresar a casa.

Una vez dadas al asunto las vueltas de rigor, decidimos que lo más fácil y menos caro sería que los padres de Molo le mandaran un par de gafas de repuesto por FedEx, lo que nos obligaría a quedarnos algunos días más en Matthews mientras esperábamos que al avión no le pasara como al de Cast Away, y que el paquete llegara a buen puerto. Un par de días después, las gafas llegaron, y viendo ya las cosas más claras, nos fuimos a ver la exposición de Pompeya en el Discovery Place en Charlotte, que, con más de doscientos cincuenta objetos y algún que otro perro petrificado hizo nuestras delicias.

Finalmente, para pasar nuestra última tarde en el estado fuimos a Carowinds, un parque de atracciones. Allí pude demostrar una vez más que mi instinto de conservación es superior a cualquier burla, mofa o befa que hacia mi persona se dirija. No importa lo mucho que me dijeran tanto Kelly como Molo: ni en éste ni en ningún otro universo me subiría a las montañas rusas y atracciones enloquecidas –y enloquecedoras- que ellos se morían por probar. Sin ningún problema –eran ellos, curiosamente, los que parecían sufrir más que yo ante mi negativa-, me quedé bajo viéndolos viajar boca abajo, cabeza abajo, de espaldas y al revés, mientras yo me sentía seguro con tierra firme bajo mis pies. A algunas atracciones, no obstante, sí que subí: los coches de choque y la Mansión Encantada de Scooby Doo, que, en vez de ser la típica cutrez en la que se abren puertas y te saltan muñecotes de cartón mientras avanzas en un carrito chirriante, añadía un divertidísimo elemento interactivo al darte unas pistolas que activaban dichos mecanismos cuando dabas en la diana. Además, había unos marcadores que llevaban la puntuación, lo que lo hacía aún más divertido y competitivo. Esta atracción tontorrona nos gustó tanto de hecho, que acabamos subiendo dos veces. Y como el carrito era de cuatro, la segunda vez Kelly se sentó junto a Molo, lo que me permitió a mí disparar a dos manos como si de una película de John Woo se tratara. (Disparo mejor con la derecha, por si os lo preguntabais.)

Una vez regresamos a casa de Kelly, nos acostamos para descansar lo más posible, pues a la mañana siguiente salíamos para South Dakota, viaje que sabíamos nos iba a llevar dos días enteros. Que los llevó.

12 comments:

Anonymous said...

Jejeje, de North Carolina a South Dakota. Casi nada.

Ilustrativo y divertidísimo recuento te has empezado a marcar, Fel.

La verdad es que es cierto que lo de hacer un road trip suena genial, a priori. Pero luego hay que tener en cuenta la cantidad ingente de tiempo que se va a pasar dentro de un pequeño cubículo junto al resto de integrantes del viaje.

Vamos, que ya se pueden tener buenos compañeros de viaje, por que si no...

Por cierto, jejeje, muy ilustrativo lo del bromance. Jajaja.

Por cierto, Fel: ¿Killian el perro? ¿En serio? ;D

Bueno, al fin se desveló el misterio de las gafas caídas al río. Jejeje. Vaya suerte la de Molo. Mira que superar el chapuzón máximo y luego sacudir la cabeza en un descuido...

Lo que me ha encantado especialmetne es lo de la Mansión Encantada de Scooby Doo en Carowinds. Vaya gozada. Y vaya mierda a la vez, que ahora no podré morirme sin subirme a ella.

Mario Alba said...

Me alegro de que te haya gustado esta primera entrega, Hal. La segunda caerá la semana que viene, hehehe.

Sí que es verdad que hay que pensarse lo de los road trips, porque pasas muchísimas horas en el coche. Al menos, tuvimos presentes en todo momento cosas como jamás parar a ver un museo de cera, por lo que pueda pasar, hahaha.

Con respecto al perro, sí se llamaba Killian. Debe ser por las raíces irlandesas que creo tenía la familia.

Y ya me imaginaba que te gustaría la Casa Encantada de Scooby Doo, hahaha. Si vas a la página de Carowinds puedes ver algunas fotos de la atracción. Cuando vayas a ir, avísame ;)

J. Felipe MoloSolo said...

Muy divertido el relato y me trae grandes recuerdos :D
Quizá faltaría decir que los padres de Kelly se portaron estupendamente, nos invitaron a una típica noche americana de billar y futbolín e incluso a un magnífico desayuno pre-viaje a South Dakota (bendición de mesa incluída).

De verdad, muy buena gente.

Mario Alba said...

Sí que se portaron bien, sí. De hecho, la madre nos dejó su Garmin, un cacharrito GPS que te dice cómo ir de un sitio a otro, con lo que pudimos ir a ver la exposición de Pompeya y visitar la tienda de comics y el centro comercial sin temor a perdernos.

Y la partida de futbolín fue antológica, hahahaha.

Anonymous said...

La verdad es que siempre había pensado que el futbolín era de uso casi exclusivamente español.
Aunque ahora que me pongo a pensar en ello... ¿no tenían uno en El Príncipe de Bel-Air?

En fin. Y luego dicen que son los americanos los que se creen el ombligo del mundo.

Mario Alba said...

Pues qué quieres que te diga, Hal: futbolines en este país he visto más bien pocos. De hecho, estoy tratando de recordar cuándo he visto un futbolín antes que el de Matthews, y no puedo recordar más de una vez. Y a la mitad de los jugadores les faltaba la cabeza, y no era un equipo de zombies. Al menos en teoría.

Anonymous said...

Gracias por la info, Fel. Y gran invento el futbolín, ya de paso.

Por cierto, mi comentario sobre el nombre Killian venía porque... quiero decir... ¿no era uno de tus personajes en TN?

(A que estoy metiendo la gamba...)

Mario Alba said...

Hahaha! Es verdad. Killian era uno de los nombres de los asesinos, no me acordaba. Se lo puse porque me gusta el nombre, aunque en verdad es un apellido. Lo mismo que Clowdus, que también usé en esa historia, y que es también el nombre de mi rogue character en la campaña de D&D que llevo un año jugando :)

Anonymous said...

Pícaroooooorl!!

Pues sí que te ha dado fuerte por el rol chattanoogueño. Dado que yo no he jugado más de una vez (al Mitos de Cthulhu) y me mataron en la segunda sesión, me maravilla que tras un año mantengas al mismo personaje.

Claro que cuando jugué yo era de los tocahuevos.

YO: Pues yo no quiero ir por ahí. Me doy la vuelta y busco otra manera de entrar.
DM: Enseguida te das cuenta de que no la hay.
YO: ¿Ni una ventana? ¿Ni un baldosín suelto?
DM: Nada de nada.
YO: Pues entonces busco una manera de subir al tejado.
DM (resoplando): Descubres que las paredes están muy resbaladizas y no hay ni un solo árbol cerca, ni cualquier otra cosa que te pueda servir de apoyo.
YO: Vale, pues entonces uso mi remo para cavar un agujero en el suelo. Seguro que hay grutas debajo o algo.

Mario Alba said...

Master: Empiezas a cavar, y entonces se te derrumba el techo y mueres. Por tocapelotas ;)

Y sí: mis dos personajes (Clowdus y Nordesson) siguen vivos después de un año, pero puede que cambiemos de campaña pronto, porque aún nos queda un montón para terminar esta, y estamos empezando a hartarnos, hahaha. Ya veremos...

Nash said...

Muy chula la narración y el viaje, la verdad es que las fotos que vi de los parajes naturales son una pasada, algun dia tengo que ir para alla a navegar por los rios y a escalar las montañas.
Molo muy habil con lo de las gafas :-) mira que saltar a un rio con ellas puestas.

Mario Alba said...

Me alegro de que te guste! Y el paisaje sí es precioso, así que no deberías perdértelo. Claro que, la próxima vez voy en avión :)

Y la segunda entrega llega el viernes!