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Friday, September 19, 2008

I'll Eat That Buffalo

Road Trip 2008 Part 3 (of 3): Wyoming

“¿Sólo? ¿Llegar a Jackson Hole, Wyoming, nos va a costar sólo nueve o diez horas?” Molo asintió, y, confiado, yo sonreí y dije que ya tardábamos. Diez horas no era nada, comparado con las dieciséis horas que habíamos conducido los dos días que habíamos pasado viajando desde Matthews, North Carolina, hasta Custer, South Dakota. En comparación, las entre nueve o diez horas que tardaríamos en salir de South Dakota y cruzar la mayor parte de Wyoming eran un juego de niños. Y lo fueron.

Cruzar Wyoming se probó tan monótono y paisajísticamente aburrido como cruzar Iowa o Kansas, por poner un par de ejemplos de sobras conocidos. Hasta que no llegas a la zona oeste del estado, donde tienes las montañas y los parques naturales de Grand Teton (nombre que aún nos hace reír) y Yellowstone, Wyoming está vacío. No hay montañas. No hay colinas. No hay dunas. No hay árboles. No hay pueblos. Bueno, esto último es una verdad a medias, ya que tanto mapas como carteles insisten en que sí, que claro que hay pueblos; pero alguien debe hablar con los responsables de esta perpetua mentira y explicarles los requisitos que una comunidad humana debe reunir para ser considerada como tal. Podría, supongo, burlarme de Hiland, Wyoming, cuyo cartel anunciaba a los escasísimos coches que por allí pasábamos que dicho enclave tenía una población de diez (10) habitantes. Las literalmente cinco casas que contamos a nuestra derecha me hicieron pensar que realmente había diez almas viviendo en lo que en Wyoming pasa por pueblo. Molo y yo discutimos durante varias millas cómo alguien que vive en un pueblo -¿aldea?- de diez personas puede sobrevivir sin pegarse un tiro -¿con qué rifle, si no hay una armería allí?-, pero nuestras sesudas elucubraciones encontraron un nuevo motivo para continuar cuando llegamos a Lost Springs, population 1. Y prometo que no me lo invento. En Wyoming hay un –llamarlo pueblo es una grotesca exageración, pero bueno- pueblo donde vive una sola persona. Una. ¿Cómo puede alguien vivir así? ¿Qué hace durante el día? ¿Dónde trabaja? ¿Cómo se gana la vida? ¿Cómo pasa el rato? ¿Qué hace para entretenerse? Y la pregunta del millón: ¿por qué narices no se marcha a otro sitio, una gran urbe como, por ejemplo, la cercana Hiland, bullicioso eje cultural de población diez veces superior? La verdad es que ahora me arrepiento de no haber parado a preguntarle al único empadronado, aunque a lo mejor al solitario residente no le hubiera hecho maldita la gracia. Lo que sí me hizo gracia fue cuando Molo descubrió que Lost Springs es una de tan sólo cuatro poblaciones en los Estados Unidos con solamente un habitante. Misántropos ermitaños…

Durante el viaje a través de este enorme estado, hablé –cuando encontré señal, que no era siempre- varias veces con Blair, la amiga de Molo con quien nos íbamos a alojar, que quería saber más o menos por dónde estábamos para saber cuánto íbamos a tardar. La verdad es que recorrimos la distancia con bastante rapidez, excepto cuando llegamos al parque natural y tuvimos que atravesarlo. Las montañas –tanto las rojas como las de color más tradicional- eran preciosas, con árboles y nieve y picos escarpados, y los pueblos que cruzamos pintorescos a más no poder, con casas de troncos y ese aire a vida en la frontera que me hacía esperar una diligencia a la vuelta de la esquina o un par de forajidos huyendo de la justicia revólver en mano. Nada de eso sucedió, pero las frecuentísimas curvas y reducido límite de velocidad hicieron que este último trecho del trayecto se alargara hasta límites casi insoportables. Al menos podíamos contemplar el paisaje –tiempo hubo, sobre todo, cuando tuvimos que parar debido a las obras en medio de la montaña y esperar a que los coches que venían en sentido contrario pasaran y dejaran nuestro carril libre-, y no sólo las montañas, sino la fauna del lugar. Y por fauna no me refiero a ciervos y águilas –que también-, sino al sorprendente y espectacular rebaño de búfalos que pastaba al lado de la carretera. Como si fueran vacas, pero más majestuosos. Evidentemente, tuvimos que parar para que Molo pudiera hacer unas fotos, pero ahora podemos decir que hemos visto un rebaño de búfalos en su hábitat natural a menos de cinco metros de nosotros (el más cercano, claro).

Tras dejar atrás el aeropuerto de Jackson –rodeado de montañas, no sé yo si me gustaría despegar de allí- y más árboles y heladas cumbres, llegamos por fin a casa de Blair, que nos llevó a cenar a un restaurante italiano donde solía trabajar, y donde todas las camareras estaban que se rompían. Debe ser la vida en la montaña, que te hace estar en curvilínea forma. La pizza que nos metimos entre pecho y espalda estaba deliciosa, y una vez lavados los dientes, salimos al centro a ver qué hacen estos montañeses para divertirse por la noche. Blair llamó a una amiga suya, que trajo a su vez a un borracho y cerebralmente muerto amigote que no paraba de darme golpecitos en la espalda y obligarme a hacer saludos de esos que haces dando la mano en distintas configuraciones, todas ellas acabando con el puño cerrado al final. Pensando en dónde me gustaría que dicho puño cerrado realmente acabara, le seguí la corriente y aguanté lo mejor que pude, y poco a poco la noche llegó a su fin. Contento por poder escapar de ese ambiente nocturno de bares y bebidas que nunca me ha gustado, volví con mis compañeros de aventuras a casa de Blair, y nos dispusimos a disfrutar de una noche de sueño reparador.

Al día siguiente, Blair, Molo y yo nos fuimos a las montañas a hacer senderismo, y poder apreciar de cerca los parajes naturales que el día anterior habíamos pasado con el coche. Al principio parecía que iba a llover, pero al final no nos mojamos y nos lo pasamos estupendamente caminando por ahí y maravillándonos ante el lago al que Blair nos llevó. Todo digno de ser capturado en foto, algo que Molo hizo con mucho arte y aun más eficiencia.

Después de comer en un estupendo restaurante –sin habernos cambiado, pero a nadie parecía importarle que fuéramos polvorientos- donde las dos macizas hostesses llevaban una placa con su nombre y estado nativo que las identificaba a ambas como Erin de Louisiana -¿casualidad cósmica, o placa reciclada?-, regresamos a casa de Blair, donde sus padres estaban preparando una cena de proporciones pantagruélicas en honor a los carismáticos españoles que tantas millas habían conducido para abusar de su hospitalidad. Antes de empezar, eso sí, la madre de Blair prácticamente obligó al padre a bendecir la mesa, y dado lo extraño y cachondo de sus palabras (algo así como “Euh… Thank you for our Spanish friends… and the food… and… hmmm… God bless America?”), Molo y yo coincidimos en que bendecir la mesa no es algo que esta familia en particular haga a diario. La madre, con falsa indignación, regañó al esposo, me miró, y empezó a formular la frase “What is your faith?”, pero, arteramente, la corté y proclamé, entre risas que el padre compartió, que la bendición había sido estupenda. Olvidado el tema, siguió entonces el banquete, exquisito ágape de filetones que hubieran puesto lágrimas en los ojos de Alberto, patatas al horno, ensalada, y algo más que ahora mismo se me escapa. Tras la cena, una animada tertulia sobre política y por qué los republicanos deberían enterarse de qué es eso del sepukku y ponerlo en práctica nos tuvo entretenidos hasta la hora de acostarse.

La mañana siguiente nos encontró descansados y listos para ir a desayunar al restaurante favorito de Blair –colesterol en platos de distinto tamaño era su especialidad-, previo paso a volver a las montañas para hacer más senderismo. Esta vez, Blair quiso llevarnos a un sitio en el que nunca había estado, así que, guía en mano, nos pusimos a conducir por la carretera de montaña. El problema es que llamarla “carretera” es ser tan generoso como inexacto. De hecho, lo que en principio podía llamarse “camino” degeneró rápidamente en “senda” primero, y en una colección de agujeros y pedruscos de distinto tamaño y aleatoria distribución después. Dando saltos con el todoterreno de Blair, proseguimos la marcha por aquel conjunto de baches y socavones que pretendían hacerse pasar por un camino y que lo único que conseguían era que rozáramos el techo cada vez que nos sorprendía un nuevo desnivel. Viendo que nos estábamos quedando sin gasolina y que nuestro presunto destino, Lake Godwin –al que yo rebauticé mentalmente como Lake Goddamn- no aparecía por ningún lado, dimos la vuelta y volvimos a la civilización para repostar. Una vez lleno el depósito, volvimos a la carga, pero esta vez Blair ignoró la engañosa guía y condujo por donde ella creyó conveniente; y mira tú por dónde, llegamos al sitio correcto. Contentos por poder salir por fin del coche, empezamos a caminar, y acabamos llegando a otro estupendo lago, similar al del día anterior y espectacularmente hermoso.

Después de vegetar allí un buen rato, regresamos al coche, nos duchamos en casa de Blair, y fuimos a cenar a un restaurante con el insuperable nombre de The Mangy Moose, donde Molo se pidió un Buffalo meatloaf, demostrando que la exquisitez de la carne de búfalo explica que casi se extinguieran por completo. Relamiéndonos tras la opípara orgía gastronómica volvimos a casa de Blair, donde estuvimos jugando a las cartas –Hearts, creo que se llamaba el juego-, y donde Molo demostró su increíble habilidad en lo que a la desencuadernada se refiere. (Vamos, que trató de culparnos a nosotros por su sonrojante derrota.) El desayuno de la mañana siguiente marcó nuestra última comida en Jackson, pues partimos de regreso a Chattanooga inmediatamente después. Despedidos y agradecidos, Molo y yo subimos a mi coche una vez más –no lo habíamos tocado desde que llegamos a Jackson-, y nos dispusimos a llegar a mi casa en dos días. Era viernes por la mañana, y queríamos pasar la noche del sábado en mi apartamento, con lo que ya podíamos ir dándonos prisa. Dispuestos a cumplir este demencial plazo, estuvimos conduciendo todo el día, y paramos a dormir en Lincoln, Nebraska, lo que quiere decir que invertimos un día entero en cruzar sólo dos estados de oeste a este: Wyoming y la propia Nebraska (donde caía un agua que no te dejaba ver más de medio metro por delante del coche, y no exagero). A la mañana siguiente salimos de Lincoln, que está prácticamente en la frontera este del estado, y no paramos hasta llegar a mi apartamento, al que entramos sobre la una y veinte de la mañana. Pero lo habíamos conseguido: durante las últimas dos semanas, nos habíamos metido cinco mil millas entre eje y eje, y nos lo habíamos pasado en grande. Y es que eso es lo que tienen los road trips, y todos sabemos a lo que vamos.

12 comments:

J. Felipe MoloSolo said...

Una experiencia para vivirla. Casi puedo entender cómo la gente de Wyoming ama las montañas aunque, para llegar, tengas que atravesar una gran extensión de... mmm... nada. Que me perdone el habitante de Lost Springs.

Quiero recordar un par de situaciones súper graciosas que seguro que Mario (con su mejor y más divertida verborrea) querrá explicar:
- I'm the worst satellite ever.
- Don´t worry, mafia cab!

alberto said...

ya sabes que, si se trata de comer vaquitas, yo me apunto a un bombardeo. así que la próxima vez, tenedme en vuestras plegarias (sobre todo si son tan cachondas como las del anfitrión) y llevadme con vosotros...

Anonymous said...

Me sumo a la petición de Alberto. Llevadme con vosotros la próxima vez. Si acaso, yo tampoco ocupo demasiado. Un maletero con un poco de espacio es todo lo que pido.

Una pena que haya durado tan poco el recuento del road trip, porque me he divertido de lo lindo leyéndolo. Y he tenido envidia también, claro. Pero alguna vez tendré que superarlo.

Por curiosidad, ¿a cuánto estaba el límite de velocidad en carretera allá por el corazón de Wyoming?

Lo de Lost Springs es mítico, jejeje. El tío ese que vive allí es mi héroe. Quiero decir, un tío que vive solo en un lugar sin nombre es un ermitaño. Un tío que vive sólo en un pueblo, es que es un tozudo de cuidado.
Seguro que se ha negado a mudarse sólo porque el estado lleva años intentando comprarle las tierras para construir más terreno yermo.
Me lo imagino sentado en el porche en una mecedora, con un rifle entre las manos, aguzando el oído para ver si se acerca algún coche. Es su vida. Y en cuanto algún incauto conductor tiene a bien pasar por allí, despega de un salto de su mecedora, disparando al aire y gritando palabras a las que ni el mismo Dios se atrevería a prestar atención. Total, al hombre le da igual. Hace años que el todopoderoso no dirige su vista hacia ese pequeño pedazo del mundo.

Eh... que me he embalado... Tengo que dejar de leer tanto Stephen King.

Pues eso, que ha molado el resumen del road trip. De esta entrega me quedo con los búfalos, con el bendecimiento mesil del padre de Blair y la subsiguiente rapidez mental de Fel para cortar a tiempo una conversación que pinta peligrosa, con el Mangy Moose (jeje), y con el hecho comprobado por Fel de que si vas a Wyoming todas las camareras que te atiendan van a estar rebuenas.

Mario Alba said...

Tendré en cuenta vuestras peticiones, Al y Hal, y a ver si la próxima vez os venís también :) Cómo nos lo íbamos a pasar...

Mario Alba said...

Más comentarios:

El maletero de mi coche es sorprendentemente amplio para un vehículo de su tamaño, Hal. Aun así, te dejaríamos viajar en el asiento.

El límite de velocidad en Wyoming era 70 ó 75, no me acuerdo ahora mismo. Pero no hubiera pasado nada si hubiera sido más: cuanto más rápido se cruce esa nada tan espantosa, mejor.

Los búfalos eran espectaculares, casi tanto como las macizas de la zona, pero más peludos y mejor protegidos ;)

Lo del mafia cab que Molo menciona nos lo contó la madre de Kelly (¿o fue la de Blair?) a razón de su viaje a Rusia. Nos contó que en aquella acogedora ciudad hay dos tipos de taxi: los normales, y los Mafia Cabs. Al parecer, la desasosegante difencia radica en el hecho que los MCs pagan un "impuesto" (i.e. soborno) para "no tener que parar en los semáforos en rojo". Sí, lo habéis leído bien, queridos. Cómo alguien puede pensar que eso es una buena idea, independientemente de la pasta que alguien se saque con el bajomanil negocio, es algo que me da escalofríos. Una ciudad que no necesito visitar nunca.

Personajes raros como los de Stephen King hay por todas partes. Si me hubiera parado a hablar con el único y tozudo habitante de Lost Springs le hubiera preguntado si tenía un agujero cavado para atrapar coches incautos. Aunque, a lo peor, lo descubría por mí mismo! De toda formas, he visto demasiadas películas/leído demasiados libros sobre pueblos abandonados (de la mano de Dios o de la humana) o semiabandonados como para querer pararme a visitar ninguno. Más que paranoia, es exacerbado instinto de conservación.

Y me alegro de que te hayas divertido leyendo nuestras correrías, Hal, aunque sólo hayan durado tres entregas. Podría haber alargado la cosa, pero después de lo que tardé en empezar a publicar las entradas, tampoco quería acabar con vuestra paciencia. Además, el viaje se podía partir muy naturalmente en tres bloques, así que forma y contenido encajan perfectamente. El próximo viaje, a saber cuándo ;)

Anonymous said...

Qué curioso lo de los MC. ¿Es por todas las ciudades importantes rusas, o sólo por Moscú, San Petersburgo y eso?

La verdad es que no voy a negar que la idea de montar en uno de esos taxis me atrae y tal. Fijo que llevan colgado del espejo retrovisor el retrato de toda la familia.

Gran tripóstico, la verdad.

Por cierto, Fel, que no te vas a escapar sin explicarnos por qué alguno de vosotros es el peor satélite de la historia.

Nash said...

Por fin he tenido tiempo de leer este último capitulo de las aventuras de Molo & Mario y las 15.000 millas, esta semana en el curro no me han dejado mucho tiempo para leer y lo he tenido que dajar para el fin de semana. Es muy divertido como siempre no solo lo que os pasa si no como lo cuentas. Espero que Molo me invite pronto a su casa y me enseñe todas esas fotos impresionantes que ha hecho durante el viaje que ya llevamos dos semanas intentandolo y no lo conseguimos.
Espero que hiciese fotos tambien a las camareras macizas no solo a los bufalos.

Mario Alba said...

Por desgracia, Nash, hay más fotos de búfalos peludos que de camareras macizas. Cómo se nota quién hacía las fotos...

Con respecto a lo del peor satélite de la historia, es una de esas cosas que tenías que estar allí en el momento para apreciar. Cuando estábamos haciendo el tonto con los kayaks en Carolina del Norte, hubo un momento (antes de la fatídica cuerda y la consiguiente pérdida de las gafas) en el que bajamos de las barcas y nos pusimos a nadar/flotar/vaguear en el agua gracias a los chalecos salvavidas que nos ahorraban cualquier tipo de esfuerzo. Molo y Kelly estaban hablando de no sé qué, y a mí se me ocurrió dar una vuelta alrededor de ellos, tanto me atraía su fuerza gravitacional. El problema es que, al parecer, no soy muy bueno haciendo círculos, y mi trayectoria resultó más bien una elipse cutre y sin forma de nada, con lo que comenté "I'm the worst satellite ever", gracia que fue saludada con más risas de las que en verdad merecía. Ocurrente, que es uno ;)

Finalmente, lo de los MCs no recuerdo si era sólo en Moscú; creo que sí...

Anonymous said...

Jejeje. Sí, supongo que la anécdota satelítica es de esas que hay que vivirla para disfrutarla.

Y me repito: gran tríptico postil, Fel. Como dice Nash, no es sólo lo que cuentas, sino como lo cuentas.

Buenas risas me he echado. Y bien a gusto.

Mario Alba said...

De lo que más me alegro :) Tendré que hacer más viajes sólo para poder contároslos, hahaha.

J. Felipe MoloSolo said...

Creo recordar que el Mafia cab era solo en Moscú aunque... tampoco sé si visitaron otras ciudades.
Por cierto, aclaro, fue la madre de Kelly, era muy graciosa hablando, pese a ser una republicana de tomo y lomo :D

El caso es que ella lo contaba así:
El del taxi iba saltandose todos los semáforos y nosotras (ella, kelly y otra amiga de la familia) estabámos gritando en la parte de atrás y el taxita no dejaba de decir: (léase con acento ruso)
No problem, Mafia Cab, I'm a good driver.
Sin embargo las pasajeras no dejaban de preguntarse porqué el hecho de saltarse semáforos (honor concedido sólo a los MC) dejaba de ser peligroso por el hecho de pagar un impuesto...

PS: a mi me parece muy divertido lo del satélite :D

Nash said...

Molo ni que ser republicano sea malo, lo es tanto como ser de cualquier otra idiologia, digo yo.