Menos mal que el CD de mi coche lee MP3s, que si no, hubiéramos tenido que estar cambiando de disco un montón de veces al día. De esta forma, no tuvimos más que hacer un par de cambios. Y es que el ejercicio excesivo que mover tanto manos como muñecas hubiera supuesto era algo impensable, dado el estado sedentario en que nos hallábamos. Habíamos salido de Matthews, NC, a las diez de la mañana, y nuestra vaga meta era llegar todo lo lejos que pudiéramos, lo que resultó ser veinte o treinta millas después de pasar St. Louis, Missouri. Era casi la una de la mañana, y dado que habíamos pasado una zona horaria con la consiguiente hora ganada, el total de horas que nos habíamos pasado en el coche conduciendo eran dieciséis. Casi nada.
El día siguiente consistió en más de lo mismo, aunque esta vez con la concretísima meta de llegar a Rapid City, South Dakota. Volvimos a salir sobre las diez o así, y nos plantamos en Rapid City a eso de las doce de la noche, más o menos. Lo bueno de South Dakota es que el límite de velocidad es 75, con lo que las millas cundieron más ese día. Por otro lado, lo malo de South Dakota –o al menos de esa zona en concreto- es que en este estado se halla situada Sturgis, la ciudad motera por excelencia que, precisamente en aquellas fechas, celebraba su 68º Black Hills Rally. En otras palabras: que los hoteles estaban o bien carísimos, o bien inundados de moteros. Cansados, frustrados, y escuchando incesantemente la banda sonora de Alice, Molo y yo decidimos no pagar un riñón por una noche de hotel (doscientos veinte por una noche que nos pidieron en el Days Inn), y seguir conduciendo hasta que encontráramos algo decente (o sea: barato). Si miráis un mapa de South Dakota, veréis que Sturgis está a media hora o así al norte de Rapid City, y nuestros otros dos destinos en el estado, Keystone y Custer, están una media hora o así hacia el sur. La lógica dictaba que cuanto más lejos de Sturgis, más baratos y más vacíos nos encontraríamos los hoteles, así que nos pusimos rumbo a Keystone en mitad de la noche.
En las montañas de Keystone es donde se encuentra el Mt. Rushmore, el famoso monumento a los presidentes Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln tallado en la mismísima montaña. Sumemos pues la montaña, lo cansados que estábamos, lo oscurísima que estaba la carretera, las ramas que apenas atisbábamos alrededor de la carretera cuales huesudos dedos tratando de atraparnos, la niebla que flotaba aquí y allá, el estar en un sitio desconocido confiando en que el mapa nos llevara por el buen camino, y la música terrorífica de Alice sonando en el coche, y os podéis hacer una idea de la atmósfera que se respiraba.
El caso es que pasamos Mt. Rushmore sin verlo –demasiado oscuro-, paramos en varios hoteles abarrotados o demasiado caros, seguimos montaña abajo hacia Custer, pasamos el parque del Crazy Horse Memorial sin verlo –boca de lobo y tal-, y por fin llegamos a un hotel que combinaba un precio razonable con una única habitación disponible: el Bavarian Inn. Ni qué decir tiene, nos lo quedamos, pues para entonces era ya la una de la mañana, habíamos entrado en una nueva zona horaria, y lo de haber conducido otras dieciséis horas ese día estaba empezando a hacer mella. A dormir tocaba.
A la mañana siguiente nos dirigimos al Crazy Horse Memorial que, dado lo que habíamos conducido la noche anterior, nos pillaba a tan sólo quince minutos o menos. Cuando esté terminada, esta escultura será la más grande del mundo. El problema es que 2008 marca el 60º aniversario del comienzo del proyecto, y de momento sólo tienen terminada la cabeza del jefe indio al que la escultura rinde homenaje. Vamos, que no creo que la terminen antes de que ya no pueda verla. De hecho, un poco más y no la vemos entonces, ya que había una niebla espantosa acompañada de una molesta lluvia que me hacía llevarme las manos a la cabeza en desesperación. Hacía diez años que quería venir a ver la escultura (desde que se terminó la cabeza y vi la fotografía en la página de una revista que todavía conservo), y ahora que estaba aquí, la estúpida niebla no me dejaba verla. Pues la llevaban clara, si pensaban que me iba a ir sin verla. Dispuestos a esperar lo que hiciera falta, Molo y yo nos paseamos por el museo que allí tienen, vimos un vídeo sobre la construcción del monumento (un visionario, el señor Korczak Ziolkowski), compramos cosas en la tienda de regalos, y nos cruzamos con una pareja que hablaba catalán, que ya es casualidad. Finalmente, la niebla se disipó lo suficiente como para poder ver la ansiada cabeza, y, dado que no queríamos pagar el exorbitante precio que pedían por subirnos hasta la pétrea testa para verla bien cerquita, subimos al coche y fuimos al Monte Rushmore.
De camino a Mt. Rushmore pudimos apreciar el bonito paisaje que la noche anterior no había sido más que una masa oscura, y las quince millas o así que separan ambos monumentos se pasaron más rápido al conducir de día, viendo por dónde íbamos, y sin angustiarnos nuestra probable muerte. Y así, casi sin darnos cuenta, llegamos a la montaña con esculpidas efigies. El consenso: era mucho más pequeño de lo que nos esperábamos. Tal vez fuera porque, según el vídeo que habíamos visto en el Crazy Horse Memorial, los cuatro presidentes juntos tienen el mismo tamaño que la mandíbula del amigo Caballo Loco, que se dice pronto. De cualquier manera, el conjunto escultórico creado por Gutzon Borglum es impresionante, y Molo y yo nos dedicamos a recorrer lo que los carteles llamaban un “strenuous trail” de “250 steps”, que ni era strenuous ni era nada. Estos americanos…
Después de hacer las pertinentes compras en la enorme tienda de recuerdos, subimos a Rapid City a comer, y después, escoltados por decenas de motoristas, fuimos hasta Sturgis, donde decir que había miles de motos y moteros es quedarse vergonzosamente corto. Como cortos eran los pantaloncitos de ciertas moteras que nos cruzamos; y es que Sturgis en plena Biker’s Week hay que verla para creerla. Moteras macizas, moteras horribles, moteros que podrían partirme en dos con sólo un brazo, y motos, motos, más motos y ambiente jolgórico- festivo que te hacía sonreír de tan contagioso que era. Y si no nos cruzamos a Gene Simmons en la calle con un colega de su banda –y no va de coña, pues KISS actuaba allí aquella tarde-, el tipo que vimos era un imitador más que fantástico. Baste decir que la gente se estaba haciendo fotos con ellos, así que puede que fueran los de verdad.
Tras patearnos Main Street y empaparnos del espíritu Harley Davidson, Molo y yo decidimos regresar a nuestra querida Bavarian Inn –que realmente tenía pósters en alemán y enormes salchichas en el restaurante- para pasar el resto de la tarde usando sus instalaciones recreativas. Antes de eso, no obstante, salimos a dar un paseo, y Molo pudo vivir su sueño de ser reportero de National Geographic haciéndoles fotos a los montones de ciervos que nos encontramos pastando en los jardines de las casas de alrededor. Su Félix Rodríguez de la Fuente interior satisfecho, Molo y yo volvimos al hotel, nos pusimos los bañadores, y nos personamos en la piscinita del hotel. No es que fuera gran cosa, pero estábamos decididos a relajarnos aunque fuera a la fuerza, así que nos metimos en el agua sin pestañear. Mientras recordaba la de años que hacía que no me metía en una piscina, nos percatamos de que también había allí sauna y jacuzzi, dos inventos modernos que el abajo firmante jamás había probado hasta la fecha. Disculpándose por ser él y no una moza maciza la primera persona con quien yo iba a compartir ambas experiencias, Molo señaló la sauna –el jacuzzi estaba tomado por niños irreverentes que insistían en no ahogarse, los muy desconsiderados-, y para allá que nos fuimos. Era pequeñita y –según mi experto compañero de aventuras-, bastante cutre; pero era mi primera sauna y la emoción no se la quitaba el mero hecho de que no hubiera agua dentro. Allí estuvimos conversando un rato, y después pasamos al jacuzzi, que los niños habían por fin abandonado, sólo para regresar a la sauna al cabo de un rato. Satisfecho tras haber hecho tantas cosas nuevas en una sola jornada –4 de agosto, día que pasará a la historia-, acompañé a Molo al restaurante para cenar –cómo estaba la camarera, por cierto-, y después regresamos a la habitación para descansar: Wyoming nos esperaba.
10 comments:
Jajajja me encanta esa foto. Mario gone wild!!!
La verdad es que, ahora que ha pasado todo y después de leer tu artículo, tengo que decir que fue un gran viaje. Anécdota terrorífica en montañas tenebrosas incluída.
Mucha carretera pero... súper divertido!
PD: no es que la sauna fuera cutre, pero sin agua para echar al fuego no es lo mismo... bueno y sin maciza finlandesa con la que compartí mi, hasta aquel día, última sauna.
En serio, menuda envidia de viaje. Hasta por el palizón al volante lo digo, la verdad.
Inquietante el relato del viaje nocturno por la tenebrosa South Dakota. Ahora que me estoy leyendo N&D, de Stephen King, pensaba si no íbais a acabar en un pueblecito perfecto de esos que dan miedo, plagado de estrellas de rock venidas a menos. Pero a menos, menos.
Claro que al final casi como que estuvísteis con los Kiss. Que por cierto, dadas las circunstancias, ese concierto hay que verlo como sea.
De lo que no era realmente consciente es de las dimensiones reales del Crazy Horse Memoriam. Quiero decir, incluso ahora que conozco los números no creo que me haga del todo una idea.
Jo, yo nunca he estado en una sauna. Ni finesa ni south-dakotesa. :(
Sí que nos divertimos, sí...
Y no creas, Hal, que más de una vez me vinieron a la cabeza historias como You Know They Got a Helluva Band, pues no es esa la única historia de King que empieza con una pareja perdida en el coche. Children of the Corn empieza así también, y hay una tercera que ahora mismo no recuerdo que comienza del mismo modo. Y, ni qué decir tiene, las cosas no suelen acabar bien para los protagonistas. Menos mal que sobrevivimos...
I love reading travel journals, most especially yours, dear Mario. I am quite envious, too, since the two of you have seen far more of the United States than I.
Despite this, there is something that I can hardly believe, although you do tell it, and you are not prone to lying (not even exaggerating) in your posts. You guys got in a jacuzzi... after a group of kids???
Was the water salty? Did it have that ever-so-pale topaz tint? Did it foam a tad with the jets? Because kids (especially those headstrong ones who refuse to drown) do one thing in water. Warm water makes it inevitable. And I don't mean that it makes them splash. "Spray" would be more like it.
Just another reason why sharing a jacuzzi or a sauna with a voluptuous Finnish woman would be preferable to a group of stubbornly alive children (of any ethnicity).
I repeat: I love the trip tales!
Damnit! I didn't think about that... I hate kids...
Hahaha. That's an excellent point, dear Huitzy. I hope there wasn't anything that wasn't water in there, but who can say for sure? At least it was fun, if potentially hazardous ;)
And the third chapter is coming out next week, so stay tuned for more roadtrippy adventures ;)
Hahahahaha!! Excellent point indeed, Huitzilin. It seems safe to assume that Fel and Molo were a lot happier about remembering that jacuzzi before you pointed the whole urinary... ehem... incontvinience thing out.
No joke... Way to tarnish my memories :)
Yeah, well, maybe you guys will think twice before following kids into warm water. :)
A piece of advice I'll never forget...
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