El sexto juego que me ha tenido entretenido este año ha sido Assassin's Creed III, quinta entrega de la exitosa serie de Ubisoft. Como los seguidores de la saga bien saben, cada nuevo número detrás del título supone un cambio de período histórico y de asesino protagonista, y esta vez la acción tiene lugar en un escenario interesantísimo: la guerra de independencia americana. El juego empieza varios años antes de la guerra y termina varios años después (de 1753 a 1783), pero el conflicto entre los colonos y los soldados británicos es la parte central de los eventos que se narran.
El protagonista de este nuevo capítulo de la saga es Connor, un joven nacido de padre inglés y madre mohicana que empieza tratando de proteger las tierras de su tribu y termina luchando junto al ejército colonial contra los soldados británicos. Ni qué decir tiene, la historia es mucho más compleja, pero no quiero destripar más de lo estrictamente necesario.
La estructura de Assassin's Creed III es similar a la de las anteriores entregas. Así pues, Ubisoft nos ofrece un mundo abierto con decenas de misiones opcionales, objetivos secundarios, objetos que coleccionar, lugares que explorar, y un sinfín de tareas para tener al jugador entretenido durante decenas de horas. Al mismo tiempo, la historia principal es también larga y jugosa, y terminarla sin distraerse con la miríada de objetivos opcionales requiere también horas y más horas. Para que os hagáis una idea, el menú principal dice que he invertido casi treinta horas de mi vida en el juego, pero "sólo" he completado el 80% de todo lo que puedo hacer en este enorme mundo. Sin embargo, como he terminado la historia principal y todas las misiones secundarias que parecían interesantes, no creo que vaya a tratar de completar el 20% que me queda.
La mayor parte de ese 20% restante son las famosas misiones navales. Antes de empezar Assassin's Creed III había leído críticas sobre el juego de lo más variadas y encontradas. Por un lado, estaban los que decían que el juego era fantástico. Por otro, los que lamentaban que éste fuera sin lugar a dudas el peor juego de la serie, y con diferencia. Sin embargo, en lo que todos parecían coincidir era en que las misiones navales eran lo más original del juego y sin duda la mejor parte. Y qué queréis que os diga: que tal y como me veía venir, a mí los barquitos, ni fu ni fa. Normalmente, suelo evitar los juegos de carreras o de conducción, y precisamente estas misiones navales te ponen al timón de un buque enorme y te exigen no sólo que maniobres entre riscos y bajos, sino que hundas al enemigo a cañonazos en infinidad de ocasiones. La sensación de controlar el barco está muy lograda, y tanto cañonear a los enemigos como ponerse a cubierto o abordar el navío más cercano resulta sencillo de comprender y de ejecutar (no tanto de acertar, ya que el maldito viento es un factor a tener muy en cuenta), así que la culpa es mía y no del juego. Si se me pide que dispare, vale. Si me dicen que tengo que conducir, las cosas ya no van tan bien; y si me piden que conduzca y dispare al mismo tiempo, y que además no me estrelle contra el acantilado ni me encalle en los bajos o que no le haga agujeros al casco de mi embarcación con esas rocas traicioneras que las olas habían ocultado unos segundos antes, pues entonces todo se va al garete y mi pobre barco naufraga sin darme tiempo ni a parpadear. Dicho eso, alguien más ducho que yo en el arte de controlar vehículos virtuales seguro que se lo pasaría en grande con estas misiones navales, y de ahí es de donde vienen todas las alabanzas que he leído en la red. Personalmente, conozco mis limitaciones, y pese a que le puse empeño y entusiasmo, tras completar las misiones obligatorias y forzarme a mí mismo a pasarme un par de las opcionales, decidí que ya había tenido suficientes peripecias marinas y no necesitaba más.
Afortunadamente, el resto del juego transcurre en tierra firme, y eso sí que es una gozada. Cada Assassin's Creed se reinventa a sí mismo para no resultar cansino o repetitivo para los que hemos seguido la serie desde el principio, y este Assassin's Creed III tiene muchos elementos originales (además del tema marítimo, claro). Por un lado, gran parte del juego transcurre en el bosque, con lo que Connor va saltando de rama en rama o cazando todos los animales que le apetezca cazar, ya sea con su espada, con su pistola (que tarda una eternidad en recargar, tal y como sucedía en la época), o con una de mis dos armas favoritas: el arco y el tomahawk. Debo decir que no pasé demasiado tiempo cazando, ya que no me interesaba matar y desollar animales para venderlos en las tiendas, y los pocos animales que maté encontraron su fin porque me atacaron a mí primero (la de veces que se me merendaron osos, lobos y hasta un alce), pero tanto el bosque como sus habitantes están hechos con gran realismo y atención al detalle, y vale la pena pasar tiempo observándolos y admirándolos.
En lo que a las partes del juego que transcurren en áreas civilizadas se refiere, son dos las ciudades que Connor puede explorar en Assassin's Creed III: Boston y Nueva York. Aunque ninguno de estos emplazamientos me resultó tan hermoso o fascinante como las ciudades en juegos anteriores, ambas son extensísimas y con centenares de casas y calles que explorar y escalar. Es en estas ciudades también donde transcurre la mayor parte de los enfrentamientos entre Connor y los odiados enemigos británicos, y ésta es probablemente la parte del juego que más me sorprendió. En entregas anteriores de la serie, el combate es algo que siempre traté de evitar tanto como me fuera posible, ya que la cantidad de armas y combinaciones de botones y gatillos me abrumaba. En Assassin's Creed III el combate ha sido simplificado para ineptos como yo, y la verdad es que es una gozada. En vez de tener que apretar cuarenta botones y combinarlos con el gatillo correspondiente, ahora hay un botón para bloquear embestidas, uno para desarmar al rival, y otro para atacar: fantástico, ¿no? Además, usar el tomahawk en este tipo de encuentros es lo mejor que puedes hacer, ya que Connor se puede mover con gran rapidez de un enemigo al siguiente, y enzarzarte en combate cuerpo a cuerpo cuando estás rodeado por doce soldados británicos y cepillártelos uno tras otro a hachazo limpio es una experiencia increíblemente gratificante que me hizo buscar un grupo de enemigos tras otro para poder pintar los adoquines de las calles con el rojo de la sangre derramada por los ingleses. ¿Bárbaro, decís? Eso es porque no habéis experimentado los placeres de hallarse metido de hoz y coz en uno de estos enfrentamientos y acabar con todos tus oponentes a golpe de tomahawk. ¡Una experiencia tonificante!
Otra parte de Assassin's Creed III que también me ha sorprendido gratamente es la parte del juego que transcurre en el presente. Como bien saben los seguidores de la serie, los distintos asesinos de los períodos históricos de los juegos de la saga son todos antepasados de Desmond Miles, el personaje que, en el presente, puede acceder a sus memorias y recuerdos a través del Animus, una máquina creada para tal propósito. En juegos anteriores, las escenas con Desmond me resultaron bastante sosas y carentes de interés, pero sus misiones en Assassin's Creed III me han gustado mucho más, aunque alguna vez resultara confuso saber hacia dónde había que dirigirse o qué había que hacer exactamente. Además, toda la trama de ciencia ficción sobre el fin del mundo en el año 2012 que se había ido desvelando a lo largo de la serie llega a su interesante desenlace en este juego, pero no os cuento nada para no estropear ninguna sorpresa.
Como siempre, la música, los gráficos y la animación son soberbios, aunque debo decir que tuve que sufrir algún que otro glitch como nunca antes me había sucedido en un juego de esta serie. La historia, como ya mencioné hace varios párrafos, es interesante, aunque algunas misiones (como la cárcel) resultan aburridas y anodinas. Por el contrario, otras misiones y partes de la trama son absorbentes y cinemáticas, y las secuencias en las que el decorado se desploma a tu alrededor mientras tratas de alcanzar la siguiente repisa o el siguiente mástil para no morir sepultado por los escombros son intensísimas y visualmente estelares. Eso sí: no puedo sino señalar un par de oportunidades desperdiciadas, como cuando Connor conoce a su padre. Ese momento debería haber sido impactante y sorprendente, y sin embargo ambos actúan como si se conocieran de toda la vida. Y eso por no hablar de un error de continuidad bastante tremendo que me dejó pasmado. Como ya he señalado al principio de esta reseña, nuestro protagonista es medio indio y medio inglés, pero como se cría con su madre, su nombre real es Ratonhnhaké:ton, y el nombre "Connor" se lo da su mentor (que no es indio) años más tarde cuando ambos se conocen. Bien, pues muchos años antes de recibir el nombre de "Connor", cuando está en su poblado, su mejor amigo se dirige a él como Connor en una escena determinada, pese a que el bueno de Ratonhnhaké:ton aún no ha recibido tal nombre. Curioso, ¿no?
Finalmente, y pese a que Assassin's Creed III no es un juego muy difícil, creo que, en general, no es tan fácil como Revelations, cuya inexistente dificultad ya lamenté hace varios meses. De hecho, hubo tres o cuatro ocasiones (Broken Trust, te estoy mirando a ti) en las que la dificultad me hizo gritar, maldecir y echar espumarajos por la boca, pero persistí y acabé venciendo los obstáculos que se me presentaban. Y las misiones navales mejor las obviamos.
En conclusión, Assassin's Creed III es un juego excelente que, sin ser mi favorito de la serie, no es ni muchísimo menos el traspiés que tantas personas lo acusan de ser. Si sois seguidores de la serie y aún no habéis conocido a Connor, no escuchéis a los que dicen que este juego es una porquería, porque nada podría estar más lejos de la realidad: Assassin's Creed III no es el juego más espectacular de la saga (excepto por algunos momentos que son puro genio), pero bien se merece las treinta horas que le he echado. Si tenéis la oportunidad de jugad, aprovechadla.
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