Assassin's Creed Rogue es el octavo juego de la popular serie de Ubisoft, en el que me vi sumergido por completo durante el pasado mes de agosto, y con el que me lo pasé en grande. Tras
haber terminado Assassin's Creed Liberation el año pasado, y haberme saltado
Assassin's Creed IV Black Flag (que tengo, y del que os hablaré en el futuro), me embarqué en esta nueva aventura en la que asesinos y templarios se siguen haciendo la vida imposible mutuamente, y en la que invertí más de cuarenta horas a lo largo del mes, que se dice pronto.
En
Assassin's Creed Rogue el jugador controla a Shay Patrick Cormack, un irlandés miembro de la hermandad de asesinos que, tras causar accidentalmente durante una misión el terremoto que destruyó Lisboa en 1755, comprende que los asesinos están equivocados y se cambia de bando para hacerse templario, convirtiéndose así en el
rogue del título. A partir de entonces, Shay tiene que enfrentarse a los que hasta ese momento habían sido sus aliados, y en su nuevo papel de cazador de asesinos se verá en la comprometida y nada envidiable situación de tener que liquidar a sus antiguos hermanos.
Como es habitual en los juegos de la serie, el jugador puede completar las misiones centrales que hacen avanzar la historia, o puede desviarse y entretenerse con las decenas y decenas de objetivos secundarios y actividades opcionales que
Rogue ofrece. Al igual que en los otros juegos de la saga ambientados en las Américas, Shay puede cazar, ayudar a ciudadanos en aprietos, navegar con su barco y capturar criaturas (tiburones, ballenas y hasta narvales), y cumplir otras tareas típicas de todos los juegos de la serie, como recolectar fragmentos del Animus, coleccionar distintos tipos de objetos, encontrar cofres del tesoro, destruir fuertes, renovar edificios, infiltrarse en campamentos y hacerse con jugosos botines, y un largo etcétera. Todas estas misiones opcionales me encantaron y me lo pasé en grande completándolas, excepción hecha en las misiones navales. Ya en
Assassin's Creed III, manejar el barco y tener que liarme a cañonazos con otros navíos no acabó de hacerme mucha gracia. Sin embargo, a los jugadores en general les gustó tanto que
Assassin's Creed IV Black Flag se diseñó en torno a la navegación marítima (lo que explica que me lo saltara, al menos por el momento). En
Rogue, el barco sigue siendo esencial para moverse entre las tres localizaciones principales del juego (las heladas aguas del Atlántico norte, la ciudad de Nueva York, y la Zona del valle), pero una vez sincronizas cada lugar, se puede viajar entre ellos instantáneamente, con lo que con algo de estrategia pude reducir el tiempo que tuve que pasar a bordo de mi barco a lo mínimo posible.
Por lo demás, y como ya he dicho, el juego me encantó tanto o más que la mayoría de sus predecesores. Mi nivel favorito fue probablemente el de la destrucción de Lisboa, en el que Shay tiene que ir corriendo entre los edificios que se desmoronan debido al terremoto, pero todo el juego hace gala de unos gráficos y animaciones excelentes, una música que acompaña y ambienta la acción a la perfección, y una calidad técnica sobresaliente. De hecho, me gustó tanto que, ahora que he aprendido a navegar mejor, tengo hasta ganas de ponerme con
Black Flag y aplicar mis nuevas habilidades a reducir el tiempo que tendré que pasar surcando las procelosas aguas caribeñas. ¡Cinco estrellas irlandesas!