Me gusta leer y ver la tele

Thursday, August 06, 2009

San Diego ComicCon (2/5)

Jueves, 23 de julio

A mi cuerpo, al parecer, no le importaba lo cansado que pudiera estar o lo mucho que quisiera reposar, y a las cinco de la mañana se me abrieron los ojos y no hubo forma de volver a dormirme. En su defensa –la de mi cuerpo-, debo decir que el pobrecito debía de estar de lo más confundido por culpa de mis saltos espaciotemporales. El martes por la mañana cuando me levanté a las siete estaba en Valencia, España. Ese día cogí el avión para volver a Chattanooga, y cuando llegué a mi apartamento eran las doce de la noche, hora de la costa este. Eso quiere decir que para mí, infatigable viajero internacional, eran las seis de la mañana del miércoles, con lo que llevaba veintitrés horas despierto y dando tumbos. Entre unas cosas y otras, no me fui a la cama hasta la una –las siete en España-, y me desperté sin querer pero sin poder evitarlo a las siete de la mañana, una de la tarde en Valencia. Entonces me fui a casa de Glen, y de ahí nos fuimos al aeropuerto de Chattanooga, de donde salimos a las diez de la mañana para, tras conectar vuelos en Atlanta, llegar a San Diego a las cinco de la tarde hora pacífica, que eran las ocho de la tarde en la costa este y las dos de la mañana en España. O sea, que cuando por fin me dormí a las doce/tres/nueve y luego me desperté el jueves a las cinco/ocho/dos, no pude sino comprender que mi despistado reloj interno no tuviera ni puñetera idea de dónde estaba ni de qué hora era.

Viendo que tratar de recuperar el rastro de Morfeo iba a ser imposible, me levanté, me duché, desayuné, y me dirigí al Centro de convenciones que Glen había dicho abría a las seis. Si tan solo hubiera consultado la sección de Preguntas más frecuentes del manual de la SDCC que me dieron al registrarme me habría dado cuenta del espectacular error que se escondía tras la afirmación de mi compañero de viaje, que seguía plácidamente dormido en nuestra habitación. Pero como no había leído dicha sección, me encontré, al llegar al Centro de convenciones a aproximadamente las seis y veinte de la mañana, que las puertas no las abrían hasta las nueve, y que la sala de muestras no abría hasta las nueve y media. Sin embargo, eso no había supuesto un obstáculo para los centenares de aficionados que ya guardaban cola en varias de las entradas del edificio. De haber llevado conmigo el libro que me había dejado en la habitación puede que me hubiera sentado a hacer cola con ellos, pero dado que me lo había dejado en la mesita de noche pensando que no lo iba a necesitar, ni me planteé quedarme allí, y me fui tal y como había venido.

Veinte minutos más tarde, Glen, medio dormido, me preguntaba qué estaba haciendo allí otra vez, a lo que le contesté, de bastantes buenas maneras teniendo en cuenta la situación, que no abrían hasta la nueve. Después de sentirlo todos mucho, me puse a leer durante un par de horitas, y luego volví al Centro de convenciones para empezar el día. Otra vez.

Una de las verdades absolutas e incontestables de la SDCC, dogma de fe para todo asistente que acepte la dura realidad, es que es imposible asistir a todos los actos que durante el día –y la noche- tienen lugar en las distintas salas del Centro de convenciones. De hecho, es prácticamente imposible también asistir a todos los actos que a ti personalmente te gustaría presenciar, independientemente de cuánto planifiques y con cuánta rapidez te muevas de una parte del enorme edificio a otra. La razón por la que es imposible verlo todo es porque hay decenas de presentaciones, charlas, conferencias, mesas redondas y coloquios transcurriendo simultáneamente cada hora desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde. No importa lo limitado que sea tu interés –sólo comics, sólo películas, sólo anime y manga-, no podrás ver todos los eventos con el tema relacionados. Y la razón por la que no podrás ver todo lo que quieras por más que planifiques es porque hay ciento cincuenta mil personas a tu alrededor que quieren ver lo mismo que tú, y no hay ninguna sala que albergue tan disparatado número de cuerpos. La única que se le acerca es el infame Hall H, al que conoceréis en breves instantes.

Pese a todo, y siendo consciente –al menos intelectualmente- de que no iba a poder ver todo lo que quería, hice un valiente esfuerzo por lograrlo, y creo que lo conseguí en un 80%, lo que, visto lo visto, no está pero que nada mal. Pero me estoy adelantando a los acontecimientos.

Lo primero que hice en cuanto hube ganado acceso al interior del Centro de convenciones fue irme directamente al Sails Pavilion, en el piso superior, pues era allí donde las editoriales iban a revisar las carpetas de los aspirantes a dibujante profesional. Desgraciadamente, de las diez editoriales a las que les tenía echado el ojo, sólo Dark Horse iba a criticar carpetas. Afortunadamente, había varias editoriales de las que nunca había oído hablar que iban a hacer lo propio, y ya me había apuntado en mi útil diario las horas a las que iban a estar en el Sails Pavilion ofreciendo la posibilidad de hacer nuestros sueños realidad.

Las tres editoriales que revisaban trabajos el jueves y que pensaba mejor encajaban con Worlds Collide eran Archenemy, Committed Comics, y Dark Horse, así que me acerqué a sus mesas para ver dónde me tenía que apuntar. Lamentablemente, allí no había nadie, y los aspirantes que zumbaban nerviosos alrededor de estas potencialmente dulces colmenas tampoco sabían muy bien cómo funcionaba la cosa. Tras indagar un poco, descubrí que las tres editoriales –que sabía empezaban a aceptar visitas a las once- empezarían a repartir turnos a las diez y media, treinta minutos antes de empezar con las sesiones críticas. Dado que eran ya casi las nueve y media, me dije, tenía tiempo de bajar a la sala de muestras, echar un vistazo durante una hora, y después subir de nuevo al Sails Pavilion y apuntarme en las listas de las editoriales.

El problema que esto suponía era que me iba a resultar imposible asistir al programa de Disney 3D, que incluía la presentación, por parte de Tim Burton, de Alice in Wonderland, e imágenes exclusivas de Tron Legacy, la secuela de la revolucionaria película de hace veinte años. Había que tomar una decisión, y escogí presentar mis dibujos en vez de que me presentaran a Alicia. Tampoco pasaba nada. (Lo que entonces desconocía pero ahora sí sé es que ya en aquel momento, una hora y media antes de que empezara Disney 3D –a las once-, me hubiera resultado imposible entrar en la sala para verla, pues dicha presentación iba a tener lugar en el infame Hall H, cuya infamia todavía no llegaba a comprender.)

Resuelto pues a perderme a la buena de Alicia –tampoco sabía entonces que Johnny Depp iba a hacer una aparición sorpresa-, me bajé a la sala de muestras y estuve paseándome a la caza y captura del dibujante famoso. Fue entonces cuando vi a David Finch, mi amado y odiado dibujante favorito Jeff Scott Campbell, Bruce Timm, y algún otro que seguro me dejo en el tintero. Además, también tuve oportunidad de ver páginas originales de Talent Caldwell (Fathom: Dawn of War, Wildcats: Nemesis) y Mike Choi (Witchblade, X-23: Target X, X-Force), y aunque quería comprar páginas de ambos, al final me fui sin ninguna.

La hora se me pasó casi sin darme cuenta, y cuando por fin subí de nuevo al Sails Pavilion eran las diez y treinta y ocho. Glen, que me había traído mi carpetón del hotel, se reunió conmigo, me dio la carpeta, y desapareció para buscar figuritas de Lord of the Rings, dejándome solo para enfrentarme a las a buen seguro despiadadas críticas de editores desconocidos. Sin embargo, las entrevistas no iban a ser inmediatas, pues en los ocho minutos que había llegado tarde decenas de personas se habían apuntado ya en las listas de todas las editoriales, estando así la situación:

Archenemy Comics: número 37.
Committed Comics: número 42.
Dark Horse Comics: número 48.

Pese a no ser un genio matemático, hice unos cuantos cálculos rápidos y concluí que, a unos cinco minutos por entrevista, tardarían entre dos horas y media y tres en llamarme, con lo que no tenía sentido que me quedara allí sentado tres horas perdiendo el tiempo cuando podía estar en la sala de muestras gastándome el dinero. Además, mi amigo Brock me había pedido que le comprara un par de cosas en la mesa de Hasbro, y éste parecía tan buen momento como otro cualquiera para hacerlo. Así pues, bajé las escaleras una vez más y, mapa en mano, me dispuse a visitar unas cuantas mesas específicas.

Lo primero que hice fue pasarme por Hasbro, donde una ridícula cantidad de personas hacía una cola tan larga que se salía del espacio a Hasbro cedido y le daba la vuelta a la garita que la compañía juguetera se había montado. Hasbro estaba en la SDCC para vender juguetes exclusivos que sólo se podían comprar allí, lo que explicaba la masificación de la que era testigo. Lo que es más difícil de explicar es el sistema de acceso a la tienda, tal vez pelín más complicado de lo que debería haber sido. Básicamente, de nueve y media a doce y media, Hasbro repartía pases para entrar en la tienda, a la que no podías acceder sin el citado pase. Dichos pases no se repartían en la mesa de Hasbro, sino –fíjate- en el Sails Pavilion, a donde me tocó subir otra vez. La cola para los pases era, a las once menos cuarto, piadosamente corta, con lo que no me llevó más de cinco minutos hacerme con uno de los codiciados pases, que en mi caso me permitía el acceso al paraíso juguetero a partir de las dos de la tarde. Viendo pues que tenía tiempo de sobra, bajé de nuevo a la sala de muestras para, esta vez sí, personarme en las mesas que más me interesaban.

Uno de los primeros stands a los que fui fue el de Top Cow, donde me compré un número viejo de Witchblade (el 41, por la portada) y averigüé cuándo iban a estar allí Marc Silvestri (fundador de la compañía), Kenneth Rocafort (dibujante de Madame Mirage y Hunter-Killer), y Ron Marz (magistral guionista de Witchblade). Después me dejé caer por Dark Horse, donde descubrí que mi amado Adam Warren (guionista y dibujante de la estupendísima Empowered, una de mis tres series favoritas junto a Witchblade y The Goon) estaría allí el viernes. A continuación, me pasé por Aspen Comics y pude ver páginas y más páginas originales del difunto y añorado Michael Turner, que eran tan fantásticas –y tan caras- como las páginas originales de Jeff Scott Campbell que había tenido ocasión de admirar la tarde anterior. Fue entonces cuando recordé que Campbell estaba en la mesa de Naked Fat Rave (NFR), y que tenía que pasarme por allí. Antes, sin embargo, le hice una visita al maestro Dean Yeagle, que me pillaba más cerca que NFR.

Dean Yeagle, que debe pasar de los setenta, es conocido por haber dibujado para Playboy durante años, y yo llevaba varios ídem visitando su página web y conteniéndome para no comprar alguno de sus libros. Para mi alegría personal y protesta de mi cartera, tanto él como sus libros e ilustraciones originales estaban en su mesa, y acabé comprando uno de sus libros (Mandy’s Shorts) y una de sus páginas originales, en la que hay tres dibujos de Mandy y uno de un cerdito que aparecen en su libro más reciente, Mandy Godiva. Yeagle y su mujer resultaron ser de lo más amable, y estuve hablando con ellos un buen rato durante el que descubrí, entre otras cosas, que ambos habían visitado Valencia cuando Yeagle estaba en la marina. Qué pequeño es el mundo.

Tras despedirme de la septuagenaria pareja, me acerqué a NFR, y pude ver que, a diferencia de mi anterior visita, Jim Lee estaba sentado a la mesa junto a David Finch. Desde donde yo estaba podía ver al coreano de espaldas, pero en vez de rodear NFR hacia la izquierda (NFR consistía en tres mesas largas y una pared dispuestas en forma de cuadrado, y Jim Lee estaba de espaldas a mí en el vértice diagonalmente opuesto al que yo tenía delante), decidí hacerlo hacia la derecha, pues sabía que detrás de la pared estaban las mesas de Adam Hughes y Terry Dodson: podía ver a ambos artistas, girar a la izquierda entonces, y aparecer justo delante de Jim Lee. Fácil, ¿verdad? Pues no.

Moviéndome hacia mi derecha, vi en efecto al gran portadista Adam Hughes en su mesa, y, en el stand de al lado, Aaron Lopresti y Terry Dodson compartían espacio. Estuve hablando varios minutos con Dodson, preguntándole cuándo íbamos a ver el segundo número de su magnífica serie europea Coraline –mejor que esperemos sentados-, y estuve apreciando sus páginas y portadas originales que tenía expuestas en la carpeta sobre la mesa. Y cuando finalmente me despedí y giré la esquina para ver a Jim Lee, el dibujante había desaparecido y ya no le volví a ver el pelo en ningún momento. Tanto él como Frank Cho, al que tampoco tuve oportunidad de ver (los que sí estaban allí eran sus compañeros de mesa Brandon Peterson y Travis Charest), son los dos artistas que no vi que verdaderamente me hubiera gustado saludar. (Y Humberto Ramos.) A la próxima.

El caso es que, ya que estaba en NFR, me puse a hacer cola para Jeff Scott Campbell, que estaba allí firmando todo lo que estaba vendiendo –que no era poco-, pero que no hacía dibujos durante la convención. Mientras esperaba mi turno pacientemente reparé en Jeph Loeb, guionista que me desagrada bastante-no tenéis más que releer mi crítica de la horrenda Ultimates 3-, pero por supuesto no me acerqué a decirle nada. Finalmente me tocó el turno, y me hice con el calendario 2010 de cuentos de hadas que Campbell tenía a la venta, dos libros suyos de ilustraciones (Monster Green, de tapa dura, y Shades of Gray, de tapa blanda), y una serigrafía limitada de una de las ilustraciones del calendario: la de Alice in Wonderland, como no podía ser de otra manera. (Alicia se iba a convertir, aunque entonces aún no lo supiera, en un tema recurrente en la convención.) Por un lado, quería comprarme todo lo que Campbell había traído (libros de años anteriores se quedaron en la mesa: soy así de duro); pero, por otro, la idea de apoyar su “ética de trabajo” dándole mi dinero por libros de ilustraciones cuando lo que debería hacer es dibujar comics mensualmente me repugnaba bastante. A fin de cuentas, ambos libros recopilan ilustraciones originales con dibujos que ha hecho para coleccionistas privados, posters, y portadas varias para distintas editoriales. O sea, que en vez de ganar dinero dibujando comics, el amigo se dedica a hacer portadas y aceptar comisiones por las que cobra un dineral, y luego encima saca libros recopilando ese material, con lo que vuelve a cobrar por el mismo material que ya tenía hecho. Que no me parecería mal si Campbell no hubiera dejado Wildsiderz sin terminar, y si su Spiderman, anunciado hace cuatro años y medio, hubiera salido ya. Así, lo que hace es echarle morro y sacarles la pasta a imbéciles como yo que vamos y compramos sus libros. Al menos no los compré todos, pero lo cierto es que los dos que compré están pero que muy bien. Maldito Campbell…

Tras todas estas tribulaciones era hora de volver al Sails Pavilion, a ver por qué número iban las entrevistas con las editoriales, pues eran las dos y media y mi turno debía estar al caer. Cargado con todas mis compras y con mi carpeta, subí de nuevo al área de entrevistas, y vi que mi plan había tenido éxito, al menos en lo que a dos de las tres editoriales se refería:

Archenemy Comics: tenía el número 37, e iban por el 17. (Sorprendente)
Committed Comics: tenía el número 42, e iban por el 38. (Excelente)
Dark Horse Comics: tenía el número 48, e iban por el 37. (Muy bien)

Fue entonces cuando Glen se reunió conmigo de nuevo, y juntos esperamos hasta que me llamaron de Committed Comics. La entrevista fue bien, y al editor parecieron gustarle mis páginas, aunque me dijo que debo limitarme a dibujar a lápiz, pues, según él, mis dibujos quedan mucho mejor así que si los entinto. Se quedó una copia de Worlds Collide, y me pidió que le mandara más dibujos a lápiz por correo, tarea que se está probando más difícil de lo esperado ya que no puedo mandarle archivos adjuntos debido a la estructura de la página web de la editorial. Al poco de haber terminado con Committed, Dark Horse me llamó, y tuve una interesante conversación con uno de los dos editores que allí se encontraban. Curiosamente, al editor le gustaron mucho las páginas de Worlds Collide, y dijo que tenía un estilo muy estilizado y muy mío: que no imitaba a nadie, en otras palabras. Sin embargo, por esto mismo, no me veía dibujando series suyas como Star Wars, Aliens, Predator, o alguna de las otras propiedades intelectuales que la compañía tiene licenciadas para publicar. Y tal y como se dice por ahí, en Dark Horse sólo te ofrecen publicar tu propia serie si ya has tenido éxito en el pasado, y como no es mi caso, pues no me ofrecieron publicar Worlds Collide. Aun así, los comentarios de ambos editores fueron infinitamente más positivos de lo que esperaba, lo que siempre es de agradecer.

Lo que verdaderamente sí agradecí en aquel momento fue, por fin, irme a comer, que tenía un hambre que me subía por las paredes. Glen y yo nos sentamos en el suelo enfrente del Ballroom 20 a comernos unos bocadillos de infladísimo precio, y discutimos qué hacer a continuación.

Lo que había que hacer a continuación no admitía discusión, sinceramente: había que ir a ver la presentación de Avatar, la esperadísima nueva película de James Cameron, su primer film desde Titanic, la película que concibió hace treinta años y en la que lleva trabajando catorce, activamente los últimos cuatro. Avatar, película que se estrena en diciembre e imágenes de la cual iban a ser vistas por primera vez en la SDCC. Avatar, la revolucionaria película que iba a ser presentada en el Hall H.

- He oído decir que el Hall H es enorme –dije.
- ¿Cómo de grande? –preguntó Glen.
- Caben seis mil quinientas personas.
- Sí que es grande, sí.
- Más nos vale –dije-. Todo el mundo querrá estar presente.
- ¿A qué hora empieza?
- Es de tres a cuatro y cuarto.
- Son las tres menos cuarto –apuntó Glen-. ¿Crees que podremos entrar?
- Hombre… Seis mil quinientas personas son un montón de personas.
- Ya, pero aun así…
- No perdemos nada por intentarlo. Total, si no hemos entrado cuando la sala esté llena, podemos irnos a hacer otra cosa.
- Bueno –dijo Glen-. Si tú lo dices…
- Y si no entramos, ahora que lo pienso, podemos volver al Sails Pavilion y ver por qué número van los de Archenemy Comics. A lo mejor hasta puedo hablar con ellos.
- Vale.

Todo de un ingenuo que tira de espaldas. Pese a saber que Avatar y Iron Man 2 iban a ser probablemente las dos presentaciones más populares de toda la convención, reconozco que no estaba preparado para el Hall H y sus extrañas reglas de funcionamiento. O más que extrañas, inesperadas.

En defensa de mi intelecto debo decir que mi plan tenía sentido, especialmente una vez hubimos llegado a la cola para entrar en el Hall H, cola que, de tan larga, se tiene que hacer fuera del edificio, para no molestar. Pese a no ser capaz de calcular cuántas personas hay en un grupo inmenso con demasiada facilidad y con tan solo un vistazo, era evidente que había miles de personas haciendo cola. La pregunta era cuántos miles. ¿Seis mil cuatrocientas noventa y ocho? De ser ése el caso, Glen y yo podríamos entrar. Siguiendo este razonamiento, ambos nos dispusimos a esperar pacientemente bajo un sol de justicia mientras la cola avanzaba lentamente. Varios minutos más tarde dieron las tres, pero la cola seguía moviéndose, aunque con lentitud, con lo que no sabía muy bien qué pensar. ¿Acaso empezaría la presentación cuando todo el mundo estuviera dentro, o comenzarían puntuales aunque la gente siguiera entrando? Y fue esta incógnita la que nos hizo permanecer una hora en la cola, preguntándonos si es que la charla se había retrasado, si es que estaban esperando a que la sala estuviese llena, o qué sé yo. El caso es que para cuando entramos en el mítico Hall H eran ya las cuatro y veinte, y la presentación de Avatar había terminado, pues las pantallas de la sala anunciaban que la siguiente presentación, The Imaginarium of Doctor Parnassus, empezaría en breves instantes.

Aquello no tenía mucho sentido. ¿Por qué no habían dicho en la cola que Avatar ya había terminado? ¿Por qué habían seguido dejando entrar a más y más personas lenta pero continuadamente? Fue entonces cuando encontré la respuesta en una de las pantallas de la sala: we do not clear the room between events. O para los que no hablan la lengua de Shakespeare: el Hall H no se vacía entre presentaciones. Eso explicaba por qué nadie había disuelto la cola a las cuatro, una vez hubo empezado Avatar, cuando la sala ya estaba llena: la cola del Hall H no es para ver una conferencia concreta, sino para entrar en la sala, y una vez allí, puedes hacer lo que te plazca. O sea, que la gente que había entrado a la vez que yo podía no estar interesada en ver Doctor Parnassus de Terry Gilliam a las cuatro y media, sino la presentación de Pandorum (en la que yo mismo estaba interesado) a las cinco y cuarto, la de Kick-Ass a las seis menos cuarto, o la de Thirst a las seis y media. En otras palabras: que si quería ver algo en el Hall H, más me valía llegar allí con horas de antelación.

Esta revelación, aunque útil y valiosa, suponía un problema: tener que renunciar a ver ciertas sesiones en otros lugares para hacer cola y poder ver otras en el Hall H. De hecho, suponía otro más: la imposibilidad de asistir a una presentación en el Hall H, irme a otro sitio, y luego volver a ver algo en dicha sala. Una vez se entraba en el Hall H, parecía, era para siempre. O hasta el resto del día. Más que nada, para sacarle el máximo rendimiento a las horas de cola que te había tocado tragarte. Este conocimiento me vendría bien el viernes, pensé.

Siendo más sabios y empezando a considerarnos veteranos de ComicCon, Glen y yo regresamos al Sails Pavilion para ver por qué número iban los archienemigos. Si recordáis, a mí me habían dado el número 37, pero a las dos y media, cuando me había pasado a averiguar por qué número iban, sólo habían llegado hasta el 17. Si en dos horas y media habían entrevistado a diecisiete personas y desde entonces habían pasado algo más de dos horas, era posible que me fuera a tocar el turno pronto, ¿verdad? Una lástima que, al llegar a la mesa de Archenemy, recordara –una vez hube leído el cartel- que la editorial sólo iba a estar allí hasta las tres de la tarde, y ya eran las cuatro y media. El consuelo que me quedaba fue que, dado lo lentos que habían sido, era imposible que me hubiesen llamado mientras perdía el tiempo –quiero decir “ganaba experiencia”- en la cola del Hall H.

Glen estaba cansado, así que se fue al hotel con mi carpeta, para que yo pudiera moverme con mayor libertad por entre los rebaños de aficionados, y quedamos en reunirnos en la habitación para cenar. Una vez solo de nuevo, consulté mi mapa y mi lista de sesiones interesantes (imposible ya acceder al taller de Image, impensable volver al Hall H para ver Pandorum), y recordé que todavía tenía el pase para la tienda de Hasbro, y dado que las dos de la tarde ya habían pasado, decidí acercarme al stand del gigante juguetero.

La cola era, como en todas partes, monstruosa, pero me resigné y me puse a esperar. Eso era malo. Incluso peor fue cuando, veinte minutos más tarde, uno de los tipos de la organización se acercó al chico que había dos personas delante de mí y le dijo que estábamos haciendo la cola al revés.

- ¿Cómo que al revés?
- Estáis yendo en el sentido de las agujas del reloj, pero la cola se mueve en sentido contrario.
- Qué broma con tan poca gracia, oye.
- No es una broma. Mirad –dijo, señalando hacia algún lugar a nuestra derecha-. Es de ahí de donde viene la cola para entrar por esta puerta, no de donde vosotros venís.
- Pero a nosotros nos han dicho que era por aquí –protestó el chico.
- Imposible. Tenéis que dar la vuelta.

Viendo que rechistar más era inútil, la gente se dio la vuelta, lo que supuso un curioso fenómeno: que toda la gente que había llegado después de mí para hacer cola se encontraba ahora delante de mí. Ellos, más las incontables decenas de personas que ya antes se hallaban delante de mí. Yo no quería, pero fue entonces cuando empecé a cabrearme. Probablemente me quedaba una hora y cuarto u hora y media de cola, después de haber estado allí ya durante veinte minutos, después de haber estado una hora en la cola del Hall H, todo para ver nada. Pese a mis esfuerzos por controlarme, los dientes empezaba a asomarme, y una extraña película roja parecía nublarme la vista. Haciéndoles un favor tanto a la gente a mi alrededor como a mí mismo, decidí mandar a Hasbro a paseo hasta el día siguiente, y dedicarme a otra cosa.

Esta decisión se probó de lo más acertada, ya que pude por fin acercarme a la sección de la sala de muestras conocida como Artist’s Alley, que, como su propio nombre indica, es el espacio en el que los dibujantes que no tienen mesa propia o que no la comparten con otros artistas, editoriales, u organizaciones en la enorme sección central de la sala están situados. Es aquí donde puedes conocer a un montón de dibujantes, pedir dibujos, comprar lo que sea que tus favoritos vendan, o simplemente pasearte y ver a cuántos artistas reconoces. En mi caso –y mira que estoy enterado de lo que pasa en el mundillo-, sólo reconocí a una minoría: Hilary Barta, Sanford Greene (Army of Darkness), el legendario Gene Colan, David Petersen (Mouse Guard), la colorista Christina Strain, y varios dibujantes de WildStorm como Oliver Nome, Michael Lopez, Carlos D’Anda, y los dos con quienes conversé, J.J. Kirby, y Richard Friend.

J.J. Kirby nunca ha sido uno de mis dibujantes favoritos. Sus números de Backlash me dejaron algo frío, y todo lo que ha hecho después ha provocado una reacción similar. Todo, excepto una ilustración que hizo hará cosa de cuatro años y que resulta ser uno de mis dibujos favoritos de todos los tiempos. Y mira qué casualidad, que justamente tenía litografías –o como se diga- de ese fantástico dibujo a la venta. Más casualidad aún: su carpeta, sobre la mesa, estaba abierta por precisamente esa página. Casualidad al cubo: es una ilustración de Alice in Wonderland.

Ante la absoluta imposibilidad de no acercarme y no comprar el dibujo, me acerqué a saludar al dibujante, y le expliqué lo mucho que me gustaba su dibujillo de Alicia. Uno de mis dibujos favoritos de la historia, estupendos colores, gran composición, subtexto cachondete en más de un sentido, qué gran trabajo. El amigo Kirby se partía de risa y me agradecía profusamente entre carcajadas que me gustara tanto. Me contó entonces que había hecho el dibujo para la mujer de Richard Friend –situado un par de mesas a su izquierda-, y que el original lo tenía ella.

Después de hablar un poco más con él, me pasé por la mesa de Richard Friend, y hablé un poco tanto con él como con su esposa, pero no sólo lo hice por el dibujo de Alicia, sino porque hace tres años le compré a Rich varias serigrafías limitadas –o como se llamen- por Internet, y el artista fue tan amable de mandarme los números 1 de todas las que le compré, más una gratis por haber comprado tantas. Así pues, me presenté y le conté quién era, y o bien se acordaba de mí o fingió hacerlo, pero el caso es que dijo que sí, que sabía quién era, y que se alegraba de conocerme. Entonces su mujer vio el dibujo de Alice que había comprado, y me dijo que tenía el original de Kirby, que se lo había hecho porque sabía que ella era aficionada a los libros del amigo Carroll, a lo que no pude sino contestar que tenía que ver la ilustración de Campbell sobre el tema para el calendario 2010.

Después de despedirme de la agradable pareja seguí caminando, y me encontré con la mesa de Tom Nguyen, quien confieso no sabía quién era, pero a quien le compré otra seri-litografía que tenía en la mesa que me hizo gracia. Esto me dejó con cero dólares en efectivo –el noventa y nueve por ciento de la gente en la SDCC sólo acepta efectivo en las transacciones-, y como además iba cargado con las gigantes ilustraciones, decidí regresar al hotel aunque aún quedase una hora para cerrar la sala de muestras. Una vez allí, Glen y yo decidimos ir a cenar a un estupendo restaurante italiano que había cerca del hotel, y el formidable calzone que me pedí me dio la energía necesaria para refinar mis planes para el viernes. Con todo lo que tenía pensado más la valiosísima experiencia que había ganado durante el día, no cabía duda de que el viernes iba a ser incluso mejor que el jueves. La duda no cabía, o no quería que cupiese.

4 comments:

Jorge said...

Ah, cómo me gustaría vivir esa experiencia Mario! Me alegro que lo hayáis pasado tan bien, pese a las colas interminables y los equívocos de dirección, etc, jeje, es lo mínimo que puede ocurrir en un evento de esas magnitudes.

Y vaya, eso de "ganar experiencia" sí que se nota sí, en dos días ya os movíais como pez en el agua, que si la sala X, que si la presentación Y... Y todo eso con un excelente conocimiento previo de quién es quién porque la cantidad de autores que hay en la entrada es apabullante y a todos conocías y a todos reconocías al pasar. Fantástico.

Jugosas entradas las de la ComicCon.

Mario Alba said...

Me alegro de que las estés disfrutando, Jorge! Pensaba que nadie las estaba leyendo, dada la desaparición de mis coblogueadores :)

Y en cuanto a reconocer autores, seguro que me perdí más de la mitad. Ojalá sí pudiera reconocerlos a todos.

Más aventuras comiconianas en próximas entregas!

Nash said...

Si que lo leo, pero mi acceso restringidisimo de internet no me permite leer estas super aventuras, hasta hoy.
Es una pasada lo del salon del comic, un siglo de estos tendria que acompañarte.

Mario Alba said...

Pues me alegro de que sí estés siguiendo esta épica aventura por entregas, Nash. Desafiando a los elementos, las restricciones, y todo!