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La última película salida de la factoría Disney ha sido también su incursión número 50 en el cine de animación. Lo que vienen a ser unas bodas de oro en toda regla. Cada uno tendrá su opinión acerca de si ha merecido la pena el viaje o no, pero lo que es indiscutible es que, entre tanto título, destacan con luz propia varias joyas.
Y
Tangled es una de ellas.
No hay como un buen cuento de hadas para levantar el ánimo. Y
Tangled cumple. Sus 100 minutos de duración literalmente vuelan gracias a una entretenidísima historia, que destila un entusiasmo tan contagioso como el de su protagonista, Rapunzel. Todos los detalles en esta película están cuidados al máximo, desde la dirección hasta el diseño de personajes, para ofrecer una inolvidable experiencia visual. Experiencia que no es un fin en si misma, sino que actúa al servicio de una historia que por predecible no resulta menos emocionante. Mandy Moore y Zach Levi cumplen dotando de voz y personalidad a los protagonistas de la historia, y los secundarios están todos a un gran nivel. Como los temas musicales de Alan Menken.
A diferencia de Fel, a mí me encanta que los personajes rompan a cantar de la nada (siempre que ello esté acorde con el tono de la película, claro), con lo cual la experiencia es completa. No es que
Tangled no tenga defectos, como ciertos personajes metidos con calzador, o un voice-over para explicar la trama que es totalmente prescindible.
Tangled tiene fallos, sí, pero no me importa pasarlos por alto. Porque, desde
Aladdin, no había disfrutado tanto con un film Disney. Que se dice pronto.