Tras terminarme
Harry Potter and the Prisoner of Azkaban, me lancé a leer la siguiente entrega de la serie sin parar a pestañear siquiera. Recordaba que los libros de la saga mantenían un tamaño asequible hasta la quinta entrega, por lo cual, esperando tener menos de 400 páginas por delante, lo vi hecho. Amigos, cómo me equivocaba.
Harry Potter and the Goblet of Fire es uno de los más voluminosos volumenes de la saga (toma aliteración), dato que se me escapó hasta estar ya bien entrado en la lectura. Es lo que tiene leer ebooks, en lugar de libros físicos. La verdad, no sé si eso es un punto a favor de uno u otro bando, en la eterna batalla letra electrónica vs. letra impresa. Pero sí sé decir que, en mi caso, resultó una bendición. Sin atisbar cuántas páginas tenía realmente por delante, ninguna de mis numerosas alarmas procrastinadoras saltó en un barullo de luz roja y estridentes sirenas. Comencé a leer sin más, y, tres días más tarde, descubrí que lord Voldemort había vuelto para quedarse.
Sinopsis (según la Fnac)
Tras otro abominable verano con los Dursley, Harry se dispone a iniciar el cuarto curso en Hogwarts, la famosa escuela de magia y hechicería. A sus catorce años, a Harry le gustaría ser un joven mago como los demás y dedicarse a aprender nuevos sortilegios, encontrarse con sus amigos Ron y Hermione y asistir con ellos a los Mundiales de quidditch.
Sin embargo, al llegar al colegio le espera una gran sorpresa que lo obligará a enfrentarse a los desafíos más temibles de toda su vida. Si logra superarlos, habrá demostrado que ya no es un niño y que está preparado para vivir las nuevas y emocionantes experiencias que el futuro le depara.
El libro
Goblet of Fire es un paso importante en la evolución de la Rowling como escritora.
Esperad, esperad, que no la conozco tanto. Estúpido ataque de pretenciosidad. Empiezo de nuevo:
Goblet of Fire representa un momento clave en la evolución de la saga del niño que vivió. Ejem, así mejor. Es en esta cuarta entrega cuando la Rowling parece dar un paso definitivo, y deja claro algo que antes simplemente se intuía: ya no escribe una saga de fantasía para niños. La escribe para todo el mundo. Y lo reconoce sin pudor, haciendo este libro el más largo de calle hasta el momento, introduciendo de pleno comentarios satíricos sobre el mundo real, abriendo y cerrando la historia con la muerte de un personaje... Sus lectores van creciendo con Harry, y la Rowling está más que dispuesta a que el crecimiento de su historia sea parejo, propiciando el cubrir las nuevas inquietudes de aquellos. Y las suyas propias, sospecho.
Curiosamente, teniendo en cuenta su longitud,
Goblet of Fire es quizá una de las novelas de toda la saga en la que menos material sobra. En un inmenso trabajo de arquitectura, la Rowling consigue cuadrar cada uno de los numerosos elementos de la historia en un todo único, homogéneo e inmaculado. Cada acontecimiento viene anunciado por otro anterior, siempre de forma fluida y, en muchos casos, sorprendente. La historia comienza con Voldemort y termina con él. Un elemento nuevo en la mitología de la saga, los llamados portkeys, es presentado al comienzo de la historia de forma circunstancial, y es precisamente gracias a uno de estos por lo cual, al final de la novela, Voldemort logra atraer a Harry hacia si. Todo el libro es un inmenso puzzle en el que ninguna pieza chirría. Todo encaja para mayor gloria de la Rowling, que hace un trabajo de estructuración inmenso.
También es éste el primer libro de la saga en el que el verano deja de ser un mero descanso entre aventuras. Cada vez nuestros héroes tardan más en llegar a Hogwarts, pero en una historia tan bien estructurada como ésta, con tantas cosas pasando y la presencia de Voldemort y sus Death Eaters entre las sombras, la atención del espectador (o la mía al menos) no flaquea en ningún momento. Hogwarts deja de ser la única localización de una saga que, guste más o menos, ya necesitaba crecer geográficamente. Gracias a ello, la Rowling nos presenta por fin de pleno la parte adulta de su universo, la parte política, la parte de los medios de comunicación, la parte en la que, en función de los intereses personales, todo se tergiversa y manipula. La parte en la que hasta las cosas más sencillas se vuelven complicadas sin necesidad, igual que en la propia vida real. Benditos adultos y sus manías, qué bien vienen para contar historias.
Los personajes siguen creciendo con el paso del tiempo. Física, y por supuesto mentalmente. Harry madura a pasos agigantados al ver, de pronto, a toda la escuela montar un frente unido contra él (bastante comprensiblemente, habida cuenta de que el chaval parece tener una flor en el culo). Esto no le afecta demasiado, en si, pues para estos momentos parece ya bastante capaz de lidiar con esos dos impostores que son la fama y el rechazo incondicionales. Más daño le hace que Ron, que sufre ya con toda su rabia los celos del segundón (más que comprensiblemente también), se aparte de él. Ambos reaccionan como seres falibles, con rabia, y se cierran el uno al otro. Y eso es un detalle de los que hacen grande a esta saga. Harry lo tiene todo para ser un personaje odiable: su sentido de la moralidad está por encima de la media, salva el día una y otra vez, no deja el pedestal del protagonismo absoluto ni para ir a mear, es admirado por todo el mundo, tiene la mejor escoba, juega al quidditch mejor que nadie... Harry Potter es, sin rodeos, carne de
Mary Sue (hola, Corran). Pero lo que evita que realmente se convierta en una, lo que le mantiene del lado de los personajes interesantes, es que posee grandes defectos. Pocos, pero se hacen notar. Uno de ellos es, por decirlo finamente, su mala hostia. Harry Potter tiene mala hostia. Cada vez que algún personaje, como Ron, se enfrenta a él, Harry responde con furia. Incluso cuando Ron intenta acercarse a él de nuevo, la respuesta de Harry es fría y muy comedida. Contra Draco, contra Ron, contra Hermione, contra Dumbledore incluso, a partir de este cuarto libro la mala hostia de Harry está presente de modo perenne durante el resto de la saga. Gracias, Rowling. En serio.
El resto de personajes del libro también crece de manera acorde. Ron y Hermione continúan siendo un contraste viviente. Donde Ron es un personaje pasivo y visceral, Hermione es activa e intelectual. Ambos, durante este libro, siguen una línea lógica de desarrollo. En Ron, por un lado, florece una gigantesca capacidad para sentir celos de todo y de todos, encerrado como se ve en un papel de mero escudero, y sin iniciativa suficiente para salir de él. Por su parte, Hermione, cual Lisa Simpson, desarrolla un fuerte sentimiento de moralidad y lo dirige hacia la lucha por los derechos de los oprimidos. Por no mencionar que, a sus catorce años, la pobre se pasa medio libro intentando conjugar su posición intermediadora entre un Harry y un Ron enfrentados, y un Harry y una escuela enfrentados. Y, además, aún tiene que lidiar con sus obvios deseos de que Ron le preste algo de atención en un sentido más... platónico, digamos. Ron sigue sin tener una pista, el pobre ciego.
Entre los personajes secundarios conocidos no hay demasiados cambios reseñables, aunque todos van ganando personalidad a medida que pasa el tiempo. Nuevos personajes los hay a patadas, y todos interesantes. Ahora que Hogwarts ya no es el único escenario de la saga, hacen su aparición figuras como Ludo Bagman, la gran (a su manera) Rita Skeeter, o el nuevo profesor de Defense Against the Dark Arts, el interesantísimo Mad-Eye Moody. Sólo que, bueno, no es realmente él. Aunque lo parezca. Grandes añadidos, sea como sea.
La película
Debo reconocer que esta adaptación, escrita por Steve Kloves y dirigida por Mike Newell, me defraudó bastante. Tres factores jugaron en mi contra, principalmente. Para empezar, la película anterior,
Harry Potter and the Prisoner of Azkaban, me había parecido colosal. Por otro lado, me puse a ver la película literalmente tras leer el libro. Fue una cosa de: punto final... dale al play. Y, en tercer lugar,
Goblet of Fire es un libro muy difícil de adaptar, debido principalmente a algo que ya comenté antes. La novela es un puzzle sin fisuras de más de 700 páginas. Hala, Frank Darabont, ponte al trabajo.
A posteriori, no creo que Kloves y Newell hicieran un mal trabajo, pero habría preferido una adaptación más à la
Azkaban. Reducir el libro a su esencia y a partir de ahí escribir el guión, en lugar de coger el libro e ir tachando párrafos hasta que quepa en dos horas y media, que es lo que me da se hizo aquí. Pero no me quejo, la película resulta lo suficientemente entretenida, y Mike Newell elige seguir a su manera la senda marcada por Cuarón en cuanto al tono del filme.
De los actores no hay mucho que decir. Muy correctos como siempre los tres protagonistas, así como Michael Gambon haciendo de Dumbledore, Robbie Coltrane como Hagrid, o Alan Rickman en su papel del profesor Snape (no habrá película en que deje de mencionarle).
En cuanto a los aspectos técnicos del filme, el diseño de personajes me dejó básicamente perplejo. Por un lado tenemos una gran caracterización, como resulta ser Mad-Eye Moody, que visualmente se sale por todos lados (aunque, ¿cómo no podría?), pero, por otro, ciertos nuevos personajes, especialmente los representantes de las escuelas extranjeras, me parecen... falsos. No estoy seguro de si la culpa es del diseño de éstos, de la interpretación de los actores, o de otros factores como la fotografía, pero a mis ojos no tienen textura, realismo. Parecen sacados directamente de
El ataque de los clones.
Ya para acabar, en lo que respecta a la banda sonora, estoy seguro de que Patrick Doyle dió lo mejor de si mismo, pero, puesta frente a la colosal música de
Azkaban, baste decir que no voy a escribir una carta a mis padres recomendándoles comprarse el CD. Buenos momentos como los tiene aparte.
Mis momentos favoritos
Este cuarto libro de la saga está plagado ya de momentos memorables. Debo destacar sin duda ese mágico utensilio que nos presenta la Rowling por primera vez y que, brillantemente, abre un mundo de posibilidades. Estoy hablando, claro, del Pensieve. Son artefactos como éste los que hacen que el mundo narrado por la Rowling resulte tan especial, pues, por un lado, demuestra una imaginación (o un trabajo) en busca de la originalidad de la que muy pocos pueden presumir, y, por otro, resulta muy útil como herramienta narrativa. La Rowling logra con ello darle un nuevo giro al trilladísimo concepto de flashback. ¡Buen trabajo!
Supongo que podría destacar las pruebas del Triwizard Tournament, pero no quiero. Con la posible excepción de la segunda, las pruebas funcionan, pero, a estas alturas, resultan demasiado poco originales, teniendo en cuenta cómo ha puesto la autora el listón ya de alto.
Como en toda saga de adolescentes que se precie, por supuesto, tenía que aparecer un baile por alguna parte. Así que aquí en el cuarto libro tenemos el Yule Ball, en el momento justo, ya que a partir del año que viene no creo que vaya a estar nadie para muchas festividades. No quiero destacar el baile en sí, claro, sino las reacciones de los personajes a éste. Las catorceañeras se vuelcan en él, mientras que los chicos reaccionan con incomodidad. Y Ron, humorísticamente hablando, se roba la escena. Entre su, ejem, "vestido" de volantes, su desprecio a su propia cita, su búsqueda desesperada de Hermione, y su relación amor-odio con el pederástico Viktor Krum, por momentos se me olvidó que había más personajes presentes en el capítulo.
Grandes resultan también Hermione y su desesperada pasión por S.P.E.W., Mad-Eye Moody y su ojo-mágico-que-todo-lo-ve, o la incomparable Rita Skeeter, con la que la Rowling aprovecha para meter cera a cualquier periodista de tabloide que la hubiera acosado en el pasado. Y mencionaré por supuesto a Fred y George Weasley, que comienzan a sopesar de verdad el utilizar sus superpoderes travesuriles para hacer el bien en lugar del mal. Hilarante momento ése en el que intentan inscribirse como candidatos para el Triwizard Tournament.
Oh, y, exclusivamente en la película, no puedo dejar pasar la escena en la que Mike Newell hace un movimiento a lo Cuarón y muestra a Neville Longbottom bailando extasiado a ritmo de vals.
Obviamente, por otro tipo de razones muy distintas, el final cuenta como otro de mis momentos favoritos. De repente, toda la amenaza etérea de Voldemort se vuelve muy real. Sin andarse con bobadas, mata a un compañero de Harry (puntos extra por tratarse del vampiro moñas de
Twilight) , reúne a sus Death Eaters (con un reconocido Lucius Malfoy entre ellos), y no mata a Harry de nuevo por pura suerte. Las cartas están sobre la mesa.
Para cuando terminé de leerme
Goblet of Fire, llevaba cosa de semana y media dedicado en cuerpo y alma a seguir las aventuras del no-tan-niño-ya mago. Dispuesto a no cometer el mismo error dos veces, le eché un vistazo a la extensión del quinto libro antes de ponerme con él, y descubrí que llevaba el conteo más alto de páginas de toda la saga. Decidí hacer un parón, coger distancia, y leer alguna otra cosa entre medias. No fue así sino hasta cuatro meses después cuando me decidí a seguir por donde lo había dejado, y leerme
Harry Potter and the Order of the Phoenix. Por suerte, vosotros no tendréis que esperar tanto para saber mi opinión sobre él. Apenas hasta el próximo post.