Uno de los grandes problemas de estar trabajando a turnos, para mí, es que no soy capaz de establecer rutinas o hábitos diarios. Lo he intentado, pero me resulta totalente imposible. Por ejemplo, desde hace ya bastante tiempo no suelo tener ni ganas ni energía para ver series de televisión. Apenas sigo ya un par de ellas según son emitidas, y, pese a que tengo un buen puñado de series ya acabadas en lista de espera, me cuesta muchísimo ponerme a ver un episodio de algo de lo que sé que tengo varias temporadas por delante. En esos momentos, casi prefiero ver historias sueltas. Esto es, películas.
Es por eso que Sherlock me ha venido al pelo.
Emitida por la BBC, esta adaptación actualizada de las aventuras del detective ficticio más famoso de la historia consta de, hasta el momento, dos temporadas de tan sólo tres episodios cada una. Pese a que una cierta continuidad hilvana los seis episodios producidos hasta el momento, cada uno de ellos no es sino una historia suelta en forma de TV movie. El formato perfecto para todos aquellos a los que el tiempo os escasee.
Sherlock no es una serie perfecta, pero, dándole vueltas, realmente no soy capaz de encontrar defecto alguno en su producción. Los guiones de Steven Moffat, Mark Gatiss y Steve Thompson (quienes están compaginando escribir para
Sherlock con las últimas temporadas de
Doctor Who) son básicamente impecables, y no es que se les pueda poner muchas pegas. Las tramas son en general muy sólidas, y por boca de unos personajes de lo más interesantes no paran de salir líneas y líneas de ingeniosos diálogos.
La dirección, en su mayor parte a cargo de Paul McGuigan (quien tiene a sus espaldas créditos tan interesantes como
Lucky Number Slevin o
Wicker Park), destaca por méritos propios, y, en general, visualmente
Sherlock es un plato de alta cocina (en un mundo en el que Michael Bay prepararía bocadillos de mantequilla con azúcar). Las actuaciones solventes de Martin Freeman (interpretando al Dr. John Watson, y pronto a Bilbo Baggins en los cines de todo el mundo) y Benedict Cumberbatch (Sherlock Holmes) dan vida a una pareja protagonista tan conocida por todos como difícil de sacar adelante sin que resulte trillada. Pero Cumberbatch y Freeman logran que Holmes y Watson no sólo parezcan personas de carne y hueso, sino que, ayudados por unos guiones espléndidos en lo que a caracterización se refiere, consiguen quitarle las telarañas a sus personajes e insuflar un huracán de aire fresco a la franquicia.
Resulta casi increíble cómo de bien funcionan tanto el personaje como el entorno de Sherlock Holmes una vez adaptados al Londres contemporáneo, tan lejano de su equivalente Victoriano, y, para todos los amantes ahí fuera de la obra de Conan Doyle, es casi hasta excitante descubrir cómo aquellos personajes y situaciones ya conocidos por todos son reinventados de modos sorprendentes.
En resumidas cuentas: muy recomendable. A ver
Sherlock todos ya, hombre.