Sábado, 27 de Enero
El sábado, nuestro penúltimo día en Londres, fue probablemente el peor de todos. Se podría decir que nada nos salió bien. Por eso este es el post más corto de todos. Por no tener no tenemos ni fotos de ese día. Porque hay cosas en las que es mejor no recrearse. Y, además, no vendría al caso hacerlo.
Aquel día nos levantamos más tarde de lo habitual, pero dado que nuestros planes para la mañana no incluían desplazamientos más largos que unos diez minutos de tranquilo paseo, creímos que merecía la pena remolonear un poco. Y no, no pedimos que el servicio despertador del hotel nos despertara aquella mañana.
Una vez salimos del hotel, nos pusimos a caminar en dirección oeste, al mercadillo de Portobello Road, en Notting Hill. Era sábado. El día grande. Y había que aprovechar.
De camino nos paramos en un par de tiendas de discos, de esas que ojalá hubiera en toda ciudad. Pequeñas pero bien surtidas. CDs, vinilos, EPs... había de todo y para todos los gustos. Lugares deliciosamente deliciosos si te gusta la música.
Cuando llegamos a nuestro destino, el mercado de Portobello ya estaba atestado de gente, y nos lo recorrimos de abajo a arriba, y posteriormente de arriba a abajo. La verdad es que se puede encontrar de todo. Había cientos de puestos de ropa, puestos de pósters, puestos de artículos de ropa militar, puestos de chapas, puestos de imanes para el frigorífico... De todo lo que uno pueda imaginarse.
La lástima es que, en el mercadillo de Portobello (y esto vale para más o menos nuestra estancia completa en Londres), escuché una frase en inglés por cada dos que oía en español. O en italiano. Somos una plaga, un virus que está extendiéndose por el mundo. Así, hoy por hoy tengo una sensación ambivalente hacia RyanAir. Siento gratitud, por permitirnos visitar Londres por tan poco dinero, y desde luego llego a sentir hasta odio por permitir a TODO el mundo visitar Londres por tan poco. No es que me queje de la igualdad de oportunidades. Me quejo de la masificación de ellas. Y menos mal que fuimos en Enero. No me quiero ni imaginar Londres en pleno mes de Julio. No quiero.
En Portobello compramos algunas camisetas y un vestido, y además le compré un regalo muy especial a un amigo vilafranqués,al que por circunstancias de la vida, aún no se he podido dárselo. Así que no voy a decir lo que es, no vaya a ser que lea esto.
Agotados y cargados con bolsas regresamos al hotel a mediodía, a comer los restos de fiambre esos que llevamos todos a los viajes y que tan ricos saben después de seis días. Además, había que ahorrar por algún lado, ya que en otras cosas no nos estábamos cortando un pelo.
Ya en el hotel nos hicimos los remolones y, tras un buen rato gastado en no hacer nada, nos decidimos a pasar la tarde comprando los regalos que aún no habíamos tenido la oportunidad de comprar. Que no es plan de dejarlo todo para el último día. Y menos si el último día es Domingo.
Entre lo que aún nos faltaba por comprar, estaba el té, que había pensado regalar a mis padres. Y decidí ir a la tienda más antigua y más prestigiosa de todo Londres a por ello: Twinings, desde 1706 sita en el número 216 de Strand. Así que cogimos el tube hasta la parada de Charing Cross, donde más o menos empieza Strand. Y desde allí nos pusimos a andar. Muy tarde descubrimos que Strand no solo es una calle muuuy larga, sino que Twinnings no estaba precisamente a quince minutos de camino. Pero al menos pudimos disfrutar muy por encima de la zona del Temple, y de los impresionante edificios que flanquean Strand. Arquitectura como esa, y en tal cantidad, no se ve todos los días. A no ser que vivas en Londres y tengas que pasar por allí para ir al trabajo, claro.
En resumidas cuentas, que tras darnos un paseo colosal hasta Twinnings, descubrimos que sólo abrían de Lunes a Viernes. La luz apagada y las puertas cerradas a cal y canto eran buena prueba de ello. Demasiado para mi planeadísimo viaje.
Para volver cogimos, evidentemente el tube, con el que pretendimos hacer transbordo en Tottenham Court road. Para nuestra desgracia, la estación estaba cerrada por obras. Con lo cual, otro rodeo en busca de una estación de metro que nos pillara bien.
Hacia las 19:30 habíamos quedado con Antonio y sus amigos castellanos en la mismísima puerta del Ritz, y acudimos a nuestra cita raudos y veloces, haciendo una breve parada en Waterstone’s primero. Parada en balde, debo decir. Por lo poco que duró, y por las circunstancias.
Tras media hora de espera en la fría calle, a las 20 horas decidimos pasar de esperar más, y nos fuimos enfurruñados al hotel, esperanzados de que el domingo fuera un nuevo día. Aunque, eso sí, debo decir que de camino decidí quitarme una espina clavada y me presenté de nuevo en Waterstone’s, de donde, esta vez sí, salí con un libro bajo el brazo. La más que recomendabilísima biografía de Freddie Mercury, escrita por David Evans y por el que fue su amigo, asistente, y la persona que mejor conoció al hombre real tras el mito, al menos en teoría: Peter Freestone. Fans de Mr. Mercury que aún no lo hayáis leído, no sé a qué estáis esperando.
Para otras entregas de London Calling:
- London Calling (1): Lunes, 22 de Enero.
- London Calling (2): Martes, 23 de Enero.
- London Calling (3): Miércoles, 24 de Enero.
- London Calling (4): Jueves, 25 de Enero.
- London Calling (5): Viernes, 26 de Enero.
- London Calling (y 7): Domingo, 28 de Enero.
1 comment:
Así que ése era el famoso libro que allí compraste. Inesperado, aunque, al mismo tiempo, comprensible.
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